Robótica

Hace poco me vino a la mente aquello de que la realidad supera a la ficción. Aunque esto suele ser cierto, puesto que la vida real a menudo es mucho más extraña que lo que se le puede ocurrir a un escritor cualquiera, hay quienes conocen los pasajes secretos entre la realidad y la ficción y se mueven con soltura de una a otra.

En la cuestión de los robots, por ejemplo, la literatura le lleva varios siglos de ventaja a la tenología; y no sólo eso, a menudo parece que la realidad ha tomado a la ficción como modelo. El primer robot se construyó en 1961, y a esas alturas ya existían Talos, el gigante de bronce de La Iliada de Homero, y la mujer hecha de oro de la épica finlandesa, el Kalevala. Más contemporáneo es el hombre artificial, de arcilla, de la leyenda del Golem, que aparece en el Talmúd (siglo XVI) y luego en el famoso cuento del gran Borges, y en el siglo XIX encontramos al humanoide de Frankenstein.

Aunque todos esos personajes comparten la artificialidad, los robots propiamente dichos aparecen por primera vez en la literatura hacia 1920. Para ser precisa, lo que aparece en 1920 es el término 'robot', que fue inventado por el escritor checo Karel Čapek (o por su hermano, depende a quién le creas tu, lector, lectora) en su obra de teatro El Robot Universal de Rossum.

Entre el extenso grupo de robots ficticios que pueblan la literatura (y de ahí las artes visuales como el cine) podemos contar a la empleada doméstica robótica de Ricky Ricón (historieta primero y serie animada después) o a Robotina, su equivalente en Los Supersónico. Están también los androides creados mediante ingeniería genética en ¿Sueñan los androides con ovejas electricas? de Philip K. Dick que sería la fuente de inspiración para Blade Runner, o las perfectamente bellas y robóticas esposas de Ira levin en The Stepford Wives, cuya versión cinematográfica fue protagonizada por Nicole Kidman. Ah, y claro, Marvin el Androide Paranoide de The Hitchhiker's Guide to the Galaxy que, como ya dije en alguna otra Espiralia, empezó en el radio, migró a la literatura, a la televisión y acabó en el cine hace poco, donde la voz de Marvin fue provista por Alan Rickman.

Los robots literarios son numerosísimos, pero sin duda la referencia obligada en el tema es Asimov, quien no sólo escribió algunos de los relatos más interesantes sobre la (posible) relación entre los robots y el ser humano, sino que fundó toda una ética para robots con la creación de sus tres leyes de la robótica, que se prestan para numerosas relfexiones, discusiones y similares.

Muchas de las historias de Isaas Asimov sobre robots fueron recogidas en la colección Yo, Robot, publicada en 1950. Uno de los relatos contenido en esa recopilación es The Bicentennial Man, el Hombre Bicentenario, que fue llevada al cine en 1999 con Robin Williams en el papel principal. Aquí vale la pena aclarar que, contra lo que podría pensarse, la perlícula I, Robot en la que aparece Will Smith no está basada directamente en ningún relato de Asimov, aunque sí incorpora algunas de sus ideas, en particular las leyes de la robótica.

Y esas leyes asimovianas son, como todas las leyes que valen la pena, profundamente sencillas en su forma pero increíblemente complejas en el fondo:

  1. Un robot no puede hacer daño a un ser humano o, por inacción, permitir que un ser humano sufra daño.
  2. Un robot debe obedecer las órdenes dadas por los seres humanos, excepto si estas órdenes entrasen en conflicto con la Primera Ley.
  3. Un robot debe proteger su propia existencia en la medida en que esta protección no entre en conflicto con la Primera o la Segunda Ley.

Estas premisas aparecen de una u otra forma en todos los relatos robóticos de Asimov, pero no como principios que serán invariablemente respetados por androides o cualquier otra máquina. Por el contrario, Asimov dedica la mayoría de sus historias a explorar la manera en la que las leyes podrían ser ignoradas o mal interpretadas, y la forma en que afectan la relación hombre-máquina.

Una de las cosas más interesantes acerca de estas leyes es la gran influencia que han tenido en quienes se dedican a diseñar y construir robots reales. Muchos de quienes trabajan en el campo de la inteligencia artificial consideran que sólo cuando una máquina entienda las tres leyes puede ser considerada inteligente. Lo malo es que la mayoría del dinero que se aplica a la investigación de la robótica y la inteligencia artificial es aportado por la industria miliar o por compañías privadas que buscan su propio provecho y están muy poco interesados en cosas como el bien común.

Asimov contribuyó en gran medida a desterrar el mito del robot-monstruo, del hombre artificial que terminaría por rebelarse y dominar a la humanidad, aunque en el camino sembró las semillas de numerosos problemas éticos que si bien hoy por hoy son sólo ficción, con el tiempo podrían convertirse en nuestra realidad.

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