Viajera

A mediados del siglo XIII, un niño tuvo la suerte de nacer en una familia de aventureros disfrazados de comerciantes, y años más tarde hizo un viaje que lo convirtió en uno de los personajes más famosos del mundo. Este adolescente viajero se llamaba Marco Polo, y en 1271 salió de Venecia junto con su padre Niccilo (Nicolás) y su tío Maffeo (Mateo) hacia los lejanos reinos de Oriente, hasta entonces prácticamente desconocidos por el mundo Occidental.

El ser humano no es un animal al que le guste estar quieto. El turismo surge como tal en el siglo XIX, pero como muchas otras cosas del mundo occidental, tiene sus raíces en la antigua Grecia. Muchos griegos viajaban para asistir a los Juegos Olímpicos y también existían peregrinaciones religiosas, como la que se realizaba al oráculo de Delfos. Los romanos también viajaban mucho: visitaban baños de aguas termales en las diversas ciudades de su imperio, y realizaban viajes de placer a la costa.

La Edad Media trajo consigo conflictos armados, persecuciones religiosas y recesión económica, de manera que los viajes no eran particularmente recomendables o fáciles de realizar. Los viajes de placer fueron sustituidos, pues, por peregrinaciones religiosas, mismas que aumentaron en número y distancias recorridas conforme el Cristianismo y como el Islam se extendían.

Es aquí, con el Renacimiento italiano a la vuelta de la esquina, donde encontramos a la familia Polo. Como ya dije, la familia era de comerciantes, y justo por eso es que viajaban tanto: para establecer rutas comerciales. A la ruta que años antes habían inaugurado Niccilo y Maffeo se le conoce como la ruta de la seda, que era la mercancía más preciada que transitaba por esos caminos, aunque la ruta también se usó para llevar piedras y metales preciosos, telas, ámbar, marfil, laca, especias, vidrio y coral, entre muchas otras mercancías.

Genghis Khan había conquistado Catay, hoy China, un siglo antes y para cuando llegaron los Polo, su nieto Kublai Khan se encontraba en el poder. Niccilo y Maffeo fueron los primeros occidentales que vio el Khan, y al parecer pasó un buen tiempo platicando con ellos y preguntándoles cosas sobre su civilización y su organización política y económica. Tras pasar algún tiempo en la corte del Khan, los Polo regresaron a Venecia con un encargo del Khan: pedir al Papa el envío de misioneros cristianos para convertir a sus súbditos y formarlos en arte y matemáticas. Dos años después se decidió que los Polo regresaran a la corte del Khan, y Marco, ahora de 17 años, fue incluido en el viaje.

El viaje de los Polo y su séquito los llevó a Armenia, donde los monjes que debían acompañarlos a la corte del Khan desertaron, y después a Georgia, el Cáucaso y el Mar Caspio. Pasaron también por Jerusalén y Siria, por Bagdad y por varias ciudades de Persa. Atravesaron Formosa y las playas del Golfo Pérsico, entre muchos otros lugares, hasta que llegaron a su destino: Pekín. A su llegada a la corte de Kublai Khan, Marco se convirtió en una figura cercana al emperador, quien le confió la inspección de sus territorios. Así, el joven Polo recorrió el país durante mucho tiempo, y tomo notas no sólo de las mercancías locales que podrían venderse en Europa, sino de las costumbres y culturas que encontró.

Kublai Khan fue mantuvo a los Polo en su corte durante 24 años, hasta que en 1295 les confirió una importante misión: escoltar a la princesa Cocacín en su viaje a Levante, donde habría de suceder a la reina Bolgana. Los Polo regresaron a Occidente atravesando Indonesia, India y Persia, el Mar Negro y Estambul. De los 600 integrantes de la comitiva original, menos de 20 lograron regresar a Europa.

Para Marco Polo era el viaje, y no el destino, lo que valía la pena. Lo observó todo, lo retuvo todo. En 1298, Marco fue capturado tras una batalla naval en Génova, y fue durante su cautiverio cuando relató sus viajes a Rustichello de Pisa, un escritor (o tal vez un escriba) que resultó ser su compañero de celda. Así surgió el texto que hoy conocemos como Los Viajes de Marco Polo y que en el siglo XIV se publicó con el título El libro de Marco Polo, ciudadano de Venecia, en el que se narran las maravillas del mundo.

Durante el siglo XV, la época de las grandes expediciones marítimas de españoles, británicos y portugueses, en Europa se había renovado el interés en conocer el mundo y viajar. Aparecieron los primeros hoteles, edificios construidos para albergar a los numerosos acompañantes de los aristócratas y personalidades que recorrían el continente. Las palabras ‘turismo’, ‘turista’ y todas sus derivadas provienen del siglo XVI, cuando los jóvenes aristócratas ingleses realizaban un “gran tour” por varios países que duraba entre 3 y 5 años, con la intención de complementar su educación y obtener experiencias valiosas.

Con la Revolución Industrial aparece el turismo como lo conocemos hoy, pues no sólo se consolidó la burguesía como clase social con dinero y tiempo para viajar, sino que el invento de la máquina de vapor permitió aumentar la velocidad de desplazamiento y reducir los costos. En pocos años había vías férreas en todos lados y por primera vez era factible hacer travesías transoceánicas entre ambos continentes. Todo esto contribuyó a que durante el siglo XIX se popularizara la literatura de viajes, pues quienes no podían viajar podía comprar periódicos y libros repletos de crónicas de las travesías de otros.

Al libro de maravillas que Marco Polo dictó a Rustichello se le conoció por mucho tiempo como Il Milione, pues muchos lo consideraban un millón de mentiras. Ya en su lecho de muerte, en 1324, Marco Polo pronunció sus famosas últimas palabras: “No he contado ni la mitad de lo que vi”. Muchos piensan que el libro es ficción y no testimonio. Sea como sea, el nombre de Marco Polo es hoy usado por hoteles, canales de televisión, agencias de viajes, y hasta por el aeropuerto internacional de Venecia. Marco Polo es el viajero por antonomasia.

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