Se nos acabó el año, lector, lectora. A veces parece que cada año tiene menos días o que cada día tiene menos horas. Quién puede olvidar lo increíblemente largas que parecían las horas de escuela cuando tienes 8 o 9 años, en comparación con lo rápido que pasa el tiempo cuando se deja atrás esa edad. Habría que tener una máquina del tiempo, para revivir los buenos momentos y acelerar los tragos amargos.
Los mundos ficticios de la literatura y el cine están llenos de historias de viajes en el tiempo: en la trilogía de Volver al futuro es un coche, el DeLorean de Marty McFly, el que funciona como máquina del tiempo, y en Las excelentes aventuras de Bill y Ted es una cabina telefónica. Harry Potter y Hermione usan un giratiempo para volver al pasado unas cuantas horas, y no puedo olvidar la novela de H-G- Wells titulada muy apropiadamente La Máquina del Tiempo, cuya más reciente versión cinematográfica tiene a Guy Pierce en el papel principal.
Para hablar de viajes en el tiempo, nadie mejor que Julio Verne. Algunas de sus novelas estuvieron ubicadas en el futuro, aunque el futuro de Verne sea pasado para nosotros, como París en el siglo XX. La mayor parte de las veces, las historias del buen Jules sucedían en su presente, pero describen tecnologías y posibilidades que se hicieron posibles en el nuestro: Viaje al centro de la Tierra, De la Tierra a la Luna (y sus secuelas), Veinte mil leguas de viaje submarino.
La grandeza de Verne es evidente no sólo en sus libros, que son de esos que emocionan y atrapan, sino en la gran cantidad de películas que han surgido de ellos. Hasta nuestro Cantinflas tuvo vela en ese entierro, haciendo el papel de Passepartout (léase: Paspartú) en La vuelta al mundo en 80 días, de 1956. Es más, la vida y las obras de Verne han resultado tan exitosas que en el año 2000 el canal Sci-Fi produjo una serie de 22 episodios titulada The Secret Adventures of Jules Verne, que parte de la idea de que Verne no inventó sus historias, sino que las vivió.
Así, no sólo las grandes obras de ficción dan origen a películas, la vida de sus autores (y en general la vida de cualquiera que haga algo sobresaliente) también es fuente de adaptaciones fílmicas. Por ejemplo, el poeta cubano Reinaldo Arenas escribió su autobiografía y la tituló Antes que anochezca, y luego vino Julian Schnabel y la dio nueva vida. Esta también el caso de Walk the line, sobre la vida de Johny Cash, y las obviamente tituladas Pollock y Chaplin. Otras vidas interesantes que dieron pie a novelas y de paso a películas son Gorilas en la niebla (Diane Fossey) y Diarios de motocicleta (Ernesto ‘Che’ Guevara). Dos casos que quizá te sorprenda son los de La Novicia Rebelde y Más barato por docena, ambas escritas a partir de la vida de familias reales: los Von Trapp y los Gilbert.
La literatura y el cine tienen en común que nos permiten viajar en el tiempo, olvidarnos de lo que pasa en la vida, ahí afuera… al menos mientras tenemos el libro abierto o mientras estamos en la sala de cine. Una novela, un cuento, son buenos en la medida en que te transportan a otro tiempo o a otro lugar, y lo mismo aplica para el cine.
Se nos acabó el año, lector, lectora. Durante el 2006, mientras escribía las líneas que le dan forma a mi Espiralia, leí o releí muchos libros y vi o volví a ver otras tantas películas. El propósito de este espacio es picar la curiosidad de quien se acerca a él, acercarle a los libros que le han dado origen a un sinnúmero de imágenes visuales y auditivas. Aún quedan cientos de años, cientos de lugares por visitar, la relación entre el cine y la literatura da para cientos de charlas y tazas de café, pero en este espacio espiral va siendo hora de un cambio. Aunque los libros y las películas seguirán presentes, el año que está por empezar quiero dedicarlo a otros objetos que también son parte de nuestras vidas y que tienen historias que contar. Espero contar con tu compañía.
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