Shakespeare se rompe en géneros

Primera de tres partes

Hay cosas innegables. Que Shakespeare es el dramaturgo inglés más importante de todos los tiempos es una de ellas. Con esta entrega de Espiralia comienzo una serie de tres partes sobre las adaptaciones que de la obra de Shakespeare se han hecho. No será una relación completa ni suficiente, pues no puedo hablar más que de lo que yo misma he visto y leído, que es poco en comparación de lo que existe.

Comienzo, entonces, explicando el título de la serie. Para hablar de Shakespeare una no puede simplemente tomar todo lo que el bardo escribió y empezar por donde mejor le parezca. O quizá si podría hacerlo así, pero me parece mejor tener algo de orden. Así, rompo a Shakespeare en géneros y le dedico la primera parte a sus comedias, la segunda a las tragedias y la tercera a las obras históricas. Aclaro aquí, para evitar malentendidos, que algunas obras de Shakespeare son de difícil clasificación y muchos estudiosos del tema proponen un cuarto género: el romance. Otros sugieren clasificar algunas de las obras del inglés como “problemáticas”, no por la dificultad de ponerlas en otra categoría sino porque en sí mismas tratan sobre situaciones por demás problemáticas.

Empecemos, pues, por el principio: las comedias. El término ‘comedia’ era usado en la Inglaterra Isabelina de forma muy distinta al uso que le damos actualmente; una comedia shakesperiana es una obra que tiene un final feliz para los protagonistas y cuyo tono general es bastante ligero… o por lo menos más ligero que otras obras de Shakespeare. Cuando se observan en conjunto, puede verse que las comedias de este autor inglés tienen muchas cosas en común: jóvenes enamorados que deben vencer los obstáculos que les impone la sociedad, separación y posterior de reunión de personajes (parejas, hermanos, padres e hijos, etc.), confusión de identidades, un personaje astuto (generalmente un sirviente), historias entrelazadas y juegos de palabras, entre otras.

Tengo que admitir que las comedias son lo que más me gusta de Shakespeare, con la excepción de Ricardo III que es una maravilla y de la que hablaré en otra parte de la serie. En esta categoría de comedia está, desde luego, Sueño de una noche de verano, que inspiró a Woody Allen para su Comedia sexual de una noche de verano.

El argumento de Sueño versa sobre los sueños, el amor y la magia. Shakespeare anuncia la complejidad de la trama desde el principio, creando como protagonistas a varias parejas de enamorados y mostrándonos luego los juegos que suceden entre ellos. El escenario que los une a todos es la boda del duque Teseo de Atenas con Hipólita, reina de las amazonas. Así encontramos a Oberón y Titania, rey y reina de las hadas y al duende Puck que tienen mucho que ver en la mayoría de los tinglados entre las parejas formadas por Hermia y Lisandro, y Demetrio y Helena.

Lo mejor sería, desde luego, leer la obra teatral original, pero las versiones cinematográficas son bastante recomendables. Ya mencioné la de Woody Allen, que es muy divertida, y también está la versión de Michael Hoffman que en lo personal me gusta mucho. Esta adaptación transporta el Sueño de Shakespeare al siglo XIX y lo sitúa en Italia. El elenco está formado por puro actor famoso: Kevin Kline, Michelle Pfeiffer, Christian Bale y un largo etcétera.

Muchas otras comedias shakesperianas han sido llevadas al cine (y a otros medios). La fierecilla domada, por ejemplo, fue llevada al cine Franco Zefirelli con Elizabeth Taylor y Richard Burton. Y Kenneth Branagh, que parece que ha decidido dedicar su vida a hacer adaptaciones cinematográficas de Shakespeare, ha dirigido Mucho ruido y pocas nueces, Trabajos de amor perdido y está por estrenarse su versión de Cómo gustéis.

Solo me resta recordarte, lector, lectora, que las obras completas de Shakespeare, en sus versiones originales e incluyendo sus sonetos, están disponibles de manera gratuita en Internet, así que descárgalas y disfrútalas con una taza de té.


Fowles el mago

Para M.J.R.

Pocos libros me han resultado tan fascinantes como El Mago, de John Fowles, una novela maravillosa y complicada, llena de subrepticios. Antes de hablar del texto, déjame comentarte, lector, lectora, que aunque hay una adaptación cinematográfica que lleva el mismo nombre y cuyo guión fue escrito por el propio Fowles, es prácticamente imposible de conseguir. Al parecer esto no es ninguna desgracia, ni siquiera a los protagonistas (Michael Caine, Anthony Quinn y Candice Bergen) les gustó, pero puedes ver La Amante del Teniente Francés (con Meryl Streep y Jeremy Irons), que está basada en otra novela de Fowles con ese mismo título.

Una vez dicho esto, regreso a El Mago y las razones que lo hacen un libro maravilloso. Publicado originalmente en 1965, la edición disponible hoy en día corresponde a la revisión hecha por el autor en 1977. En español se consigue a través de Editorial Anagrama. La historia gira en torno a las experiencias de Nicholas Urfe, un joven inglés, y sus experiencias antes, durante y después de su estadía en una remota isla griega. Urfe deja Londres para ir a Grecia como docente en una escuela británica; la pequeña isla donde esta se ubica parecía paradisíaca desde la distancia, pero termina convirtiéndose en un lugar donde el protagonista no tiene más que hacer que observarse a sí mismo. Es en ese contexto de introspección cuando, en una caminata por la isla, Nicholas descubre una villa y a su dueño, el griego Maurice Conchis, quien lo invita a pasar los fines de semana con él, y esa invitación lo que da pie a la enredada trama de El Mago.

Tratar de explicar de qué trata esta novela es, sin embargo, irrelevante e inútil. La magia de este libro no está en lo que relata, sino en la forma como la hace, en sus detalles y hasta en lo que no dice. Puede leerse como una especie de novela de suspenso psicológico, pero también es un recorrido por numerosos arquetipos salpicado con reflexiones filosóficas y episodios eróticos cargados de significados.

Aunque los hechos transcurren entre Inglaterra y Grecia, lo verdadera locación de El Mago es la mente, la conciencia del protagonista. Nicholas es a la vez víctima y voluntario en una extraña mascarada preparada por Conchis, el enigmático griego que trastabilla entre el genio y la locura. Junto con Nicholas, al lector se le desdibuja la frontera entre lo real y lo imaginario. Cuestionarlo todo es la única forma de sobrevivir al extraño juego de El Mago, que incorpora mitos griegos, extraños episodios inspirados por Sade y elaborados montajes en torno a la ocupación Nazi.

Igual que Conchis lo hace con Urfe, Fowles juega con la mente del lector: experimenta con la posibilidad de abrirnos los ojos a nuevas formas de pensar. El Mago es una novela de muchos matices, compleja, en forma y fondo. Fowles enfrenta al racional y cínico Urfe a situaciones que lo sacuden, a él y sus creencias; conforme el laberinto se va revelando, Nicholas trata de encontrar explicaciones lógicas a lo que le sucede y el lector no puede sino creer en sus conclusiones. Ninguno sospecha que la salida del laberinto, si es que existe, está fuera de su alcance.

Detrás de El Mago está Fowles, y tras de él, Jung. No es fácil decidir si el libro es acerca de los arquetipos estudiados por este último o si el libro mismo es un arquetipo que le permite al lector enfrentarse al sabio, al bufón y, en última instancia, al mago. El conocimiento, el azar y la libertad son temas recurrentes; la novela es, tal vez, una ventana al proceso de autodescubrimiento por el que todos pasamos. Al inicio de la novela Nicholas es vano, superficial, calculador y deshonesto hasta consigo mismo. Como lector es difícil identificarse con él, quizá por que actúa como espejo. Conforme el relato se desarrolla se hace cada vez más evidente que el juego de Conchis, más que tortura psicológica, es un intento por mostrar a Urfe la forma en que vive su vida y hacerlo cuestionarla. Conchis es, simultáneamente, conciencia, maestro y guía de Nicholas, aún si él no lo sabe.

Todavía no sé bien a bien de qué trata El Mago. Ni siquiera estoy muy segura de que exista.

Alicia bajo tierra

Lewis Carroll fue, además de escritor, profesor de matemáticas, clérigo y fotógrafo. Si no lo conoces, tal vez sí conozcas a Alicia, la niña aquella que fue a dar al País de las Maravillas. Desafortunadamente, a la mayoría de los que saben lo que le pasó por andar de curiosa en tierras ajenas, se los contó el equipo de animación de Walt Disney. Y no es que Disney sea un imperio maligno ni nada por el estilo, pero la verdad es que hacerle justicia a los libros de Lewis Carroll es una cosa por demás complicada.

El problema con las adaptaciones de Alicia en el País de las Maravillas es que casi todas presentan a la protagonista como una dulce niñita que llega por accidente a un lugar mágico y hermoso donde conoce a simpáticos seres y tiene aventuras varias. Y no hablo sólo de la película animada de Disney, hay muchas versiones en cine y teatro que tratan el texto de la misma forma: como un cuento para niños, lleno de música y personajes coloridos. Y no señores, de eso no se trataba el asunto.

Cuando Lewis Carroll, que en realidad se llamaba Charles Lutwidge Dodgson, escribió Alicia en el País de las Maravillas, quería que fuera una historia para niños, sí, pero al mismo tiempo oscura y un tanto aterradora. Y si lees el texto original, lector, lectora, verás que en realidad lo logra muy bien. El mundo en el que cae Alicia es más de pesadillas que de sueños rosas.

El lugar que imaginó Carroll está lleno de juegos de palabras, sinsentidos y paradojas: La Liebre de Marzo le ofrece a Alicia más té; Alicia lo rechaza, argumentando que aún no lo ha probado, así que no puede tomar más. “Querrás decir que no puedes tomar menos —le contesta la Liebre—: es bien fácil tomar más que nada”. En El país de las maravillas y en su continuación, A través del espejo y lo que Alicia encontró allí, Alicia tropieza con conceptos abstractos como Tiempo y como Nadie. Para ver a Nadie hay que tener muy buena vista: Nadie es invisible, le explican a Alicia.

Regresando al asunto de las adaptaciones de Alicia, mención aparte merece el videojuego Alice por el diseñador American McGee. Este juego de acción en tercera persona fue lanzado al mercado en el 2000 por Electronic Arts, basado en el motor de Quake II. La música que lo acompaña es del ex baterista de Nine Inch Nails, Chris Vrenna, y está ubicado algunos años después de El País de las Maravillas y A través del espejo.

El juego nos presenta una visión más macabra de Alicia y, aunque retoma los personajes de Carroll, la versión de McGee los lleva al extremo: el gato de Cheshire se ha convertido en un felino esquelético y cuasi-punk que acompaña a una perturbada y huérfana Alicia. La misión del jugador lograr que Alicia salve al País de las Maravillas de la déspota Reina de Corazones, aunque tendrá que enfrentarse al Sombrerero Loco, a Tweedledee y Tweedledum, entre otros personajes tomados directamente de las novelas de Carroll.

Esta cínica y torcida adaptación de las aventuras de Alicia será, al parecer, llevada al cine y debería estar en las salas a mediados del 2007, aunque por el momento sólo se sabe que está en producción. Sarah Michelle Gellar (sí, Buffy) tiene el papel principal y Marylin Manson, al parecer, encarnará a la Reina de Corazones. Ya veremos como resultan las cosas.

Jorge Luis y María

Uno de los momentos de mi vida que recuerdo más vivamente es la noche en que conocí a María Kodama. Fue un instante breve. En aquellos días yo trabajaba en una revista y el editor constantemente me enviaba a cubrir los eventos a los que nadie más quería ir. Uno de ellos fue la inauguración de una exposición-homenaje a Borges en un museo de la ciudad de México. Hacía ya más de 10 años que Borges nos había dejado y María Kodama, su viuda, estaba ahí en su representación. María era toda elegancia y solemnidad. Era lo más cerca que yo estaría de Borges y no pude evitar pedirle que firmara para mí el programa de la inauguración.

Dicen que detrás de todo gran hombre hay una gran mujer. Este dicho siempre me ha parecido un insulto tanto para los grandes hombres como para las grandes mujeres. Jorge Luis conoció a María cuando él ya era un autor reconocido y ella era una mujer muy joven. Pronto ella se convirtió en objeto de fascinación para él y comenzó a acompañarlo en sus viajes. Pocas semanas antes de su muerte, Jorge Luis se casó con María y le heredó todo, absolutamente todo lo que poseía, incluyendo sus manuscritos y los derechos de sus obras.

La verdadera naturaleza de la relación entre Borges y Kodama ha sido cuestionada por años. ¿Se amaban, o mejor dicho, ella lo amaba o fue simplemente una caza fortunas?, ¿está sacrificando su vida por la obra de su esposo muerto o más bien se dedica a entorpecer las investigaciones en torno a él? Algunas fuentes señalan que la relación entre Jorge Luis y María era de afecto y ternura, el último idilio en la vida del escritor. Otras, sin embargo, desconfían de ella. Adolfo Bioy-Casares, por largo tiempo amigo de Borges, no tenía a María en buena estima y la culpaba del distanciamiento entre ambos. Kodama ha dicho que mientras él vivió, el amor de Borges por ella la protegía, pero tras su muerte las consecuencias de ese mismo amor fueron terribles: se sintió hostigada y atacada.

A fin de cuentas, la única que sabe a ciencia cierta lo que sucedía entre ellos es la propia María. Cuando habla de su relación, lo hace en términos que no dejan lugar a dudas: “Ese amor que, revelado, fue pasión insaciable para colmar el sentimiento vago, indescifrable, que experimenté por usted siendo niña, cuando alguien me tradujo un poema dedicado a una mujer a la que amó años antes de que yo naciera. […] Ese amor del que fue dejando trazas a lo largo de sus libros, sin decírmelo, hasta que me lo reveló en Islandia.” Así le habla María a Jorge Luis, años después de su muerte, en ocasión de la inauguración de una exposición de pintura inspirada en las obras que él le dedicó.

En un principio, Kodama y Borges fueron discípula y maestro, María cuenta que en aquellos días ella era muy joven y hablaba con Jorge Luis con mucha libertad, espontáneamente, motivada por la admiración que sentía por él. Años después colaboraría con él en su Breve antología anglosajona, publicada por 1978, y en Atlas, publicado en 1984, que recoge algunas vivencias de los numerosos viajes que hicieron juntos por todo el mundo. "En el grato decurso de nuestra residencia en la tierra", nos dice Borges en el prólogo de Atlas, "María Kodama y yo hemos recorrido y saboreado muchas regiones, […] Descubrir lo desconocido no es una especialidad de Simbad, de Eric el Rojo o de Copérnico. No hay un solo hombre que no sea un descubridor. Empieza descubriendo lo amargo, lo salado, lo cóncavo, lo liso, lo áspero, los siete colores del arco y las veintitantas letras del alfabeto; pasa por los rostros, los mapas, los animales y los astros; concluye por la duda o por la fe y por la certidumbre casi total de su propia ignorancia."

Y así, tal vez, Jorge Luis descubrió a María, y ella lo descubrió a él.

Pinche complot

La novela policíaca mexicana es de lo más peculiar. A diferencia de Sherlock Holmes o del comisario Maigret, nuestros policías de ficción a menudo se confunden con los criminales que persiguen y estos terminan siendo los buenos de la historia. En México, el género negro no podría tener un mejor nombre para su pesimismo y sus antihéroes.

Los primeros misterios de papel mexicanos aparecieron en los años 40 y 50, pero el verdadero auge del género se dio entre los 70 y 80. Acorde con la realidad mexicana de la época (que no ha cambiado mucho), los universos detectivescos creados en México suponen la corrupción de las autoridades, el desorden social y el caos urbano como parte de la normalidad en la que los protagonistas se mueven.

Ejemplo ya clásico del género es El Complot Mongol. Publicada en 1969, esta obra de Rafael Bernal es responsable de la introducción a la literatura nacional de Filiberto García: asesino a sueldo del gobierno que a fuerza de matar se ha convertido en filósofo. El Complot Mongol es una interesante mezcla de espionaje y política (que siempre van de la mano) con agudas reflexiones sobre el significado de la muerte y la moral.

Filiberto García, lleno de cicatrices, entre sospechas y muertos, nos entrega el humor amargo, ácido e hiriente de su creador. Bernal teje la trama de su complot en primera y tercera persona pasando de la narración al monólogo sin previo aviso, y así nos revela la acción al tiempo que nos muestra los hilos del pensamiento de García entre giros del lenguaje y dichos populares mexicanos. A Filiberto, que nunca se le ha hecho con una china, le encomiendan investigar un posible atentado contra el presidente de los Estados Unidos que habría de cometerse durante su visita a México. En sus pesquisas García es acompañado, enfrentado y vigilado por un agente de la CIA y otro de la KGB, además de muchos chinos y otros tantos mexicanos. En medio de la colección de enredos que dan forma al complot, Filiberto reflexiona sobre su vida, las muertes que ocasionó, y de paso se enamora.

Del Complot de Bernal se han derivado dos obras: una adaptación fílmica hecha en 1978 y una novela gráfica, publicada en el 2000. La película del mismo nombre fue dirigida por el español Antonio Eceiza y no es particularmente buena. Eceiza ha ganado varios premios como director, pero su adaptación de El Complot Mongol no tuvo que ver en eso. La película tiene a Pedro Armendáriz Jr. y a Ernesto Gómez Cruz en los papeles estelares, yo la vi durante un maratón en algún cineclub universitario y, si la memoria no me traiciona, fue la única película en la que me atreví a despegarme del asiento para ir por víveres.

La novela gráfica basada en el texto de Bernal también se llama El Complot Mongol y fue proyectada como una serie de cuatro números por Luis Humberto Crosthwaite y Ricardo Peláez, pero por mis manos sólo han pasado las primeras dos entregas. Me dicen los que saben de estas cosas que la serie puede conseguirse en las librerías de Grupo Editorial Vid, pero la verdad es que no me consta. Lo que sí es seguro es que los dos primeros números no tienen desperdicio.

La novela policíaca mexicana retrata los avatares de la sociedad en que nos movemos. Aunque la mayor parte de sus exponentes sitúan sus historias en la ciudad de México, igual nos vemos reflejados todos. Alfonso Reyes dijo sobre este asunto que en una sociedad que es corrupta, donde el sarcasmo y la hipocresía florecen y el poder es monopolizado, la literatura policíaca expone las inequidades e injusticias. La novela criminal nos es, pues, necesaria y natural.

Batallas

De entre la gente maravillosa que ha dado la ciudad de México, uno de mis preferidos es José Emilio Pacheco. No tengo el gusto de conocerlo, pero José Emilio me inspira un tipo de aprecio que sólo se le tiene a un extraño que te ha regalado, sin saberlo, palabras e imágenes entrañables.

Es a través de Las batallas en el desierto que conozco a José Emilio, y es a través de esas mismas batallas que conozco la ciudad de México que fue, la que ya no estaba cuando yo llegué. Carlos, el protagonista de Las batallas, nos cuenta un momento de su vida, y a través de su narración Pacheco nos revela un México de posguerra donde la influencia de la cultura popular gringa era cada vez más evidente. Pacheco habla de un individuo y de una ciudad-país que se preparan para dejar atrás la inocencia.

Palabra por palabra, la prosa maravillosa de Pacheco nos permite revivir la apariencia, los sonidos y la atmósfera de finales de los 40 en la emblemática colonia Roma. El despertar sexual de Carlos tiene lugar en tiempos del presidente Alemán, que son al mismo tiempo años de guerra. “Los niños de la Segunda Guerra Mundial no tuvimos juguetes. Todo fue producción militar. Hasta la Parker y la Esterbrook fabricaron materiales de guerra”, nos dice Carlos.

La escuela de Carlos es reflejo de la sociedad que vendría: diversa, mezcla de niños cuya madre lava ajeno, clasemedieros, norteamericanos, hijos de burócratas y niños japoneses. Su familia vive en una colonia antes aristocrática que ahora (entonces) empieza a deteriorarse. En los 40 la ciudad de México comenzaba a crecer hacia arriba. Las casas porfirianas que caracterizaban la colonia Roma fueron desmanteladas para convertirse en edificios, y así también la infancia de Carlos comenzaba resquebrajarse para dar paso a lo que le sigue, al amor, al deseo y sus reversos, el desamor y la pérdida. “Voy a guardar intacto el recuerdo de este instante porque todo lo que existe ahora mismo nunca volverá a ser igual. Un día lo veré como la más remota prehistoria. Voy a conservarlo entero porque hoy me enamoré de Mariana”, dice Carlos. Y ¿quién es Mariana? Es el Primer Amor, así con mayúsculas, ese primer objeto de deseo que sabemos prohibido pero que no podemos olvidar.

“Por alto que está el cielo en el mundo/ por hondo que sea el mar profundo/ no habrá una barrera en el mundo/ que mi amor profundo no rompa por ti”, cantan los Tacvbos, inspirados por la historia de Carlos al igual que Alberto Isaac, quien dirigió la adaptación al cine de esta novela en 1986 a partir de un guión de Vicente Leñero.

Mariana, Mariana recoge la historia de Las Batallas. El encargado de dirigirla fue originalmente José Estrada, que murió antes de completar el proyecto y fue relevado por Alberto Isaac, quien eligió destacar el despertar sexual de Carlos y de pasada la crítica de Pacheco a la doble moral imperante en la sociedad alemanista que no termina de desaparecer en el México contemporáneo.

Aunque no la llamaría un clásico del cine mexicano, Mariana, Mariana es una buena película basada en una gran historia. Retrata con aceptable fidelidad tanto el relato de Pacheco como la atmósfera que lo rodea. Las actuaciones son en su mayoría muy buenas y el filme es bastante disfrutable, aunque no tanto como la novela que le da pie

El juego del hombre

Casi desde que el hombre es hombre han existido juegos que básicamente consisten en perseguir pelotas. Cuando digo ‘hombre’ no me refiero al género humano sino a la parte masculina de la especie. Tal vez después haya tiempo y motivación para escribir sobre el papel femenino en esto de los deportes.

En fin. Te decía, lector, lectora, que el hombre ha inventado pasatiempos que involucran pelotas desde el principio de los tiempos. Bueno, tal vez estoy exagerando un poco. La primera evidencia real que se tiene de este tipo de divertimentos proviene de China, donde se jugaba una cosa llamada tsu chu por ahí del siglo II a.C. En Japón y Roma también se jugaba con pelotas, en el Oriente tenían el kemari y en Occidente el harpaston. Y claro, no hay que olvidar los diversos juegos de pelota practicados por las culturas mesoamericanas

Me sirvo de esta breve introducción para, por supuesto, hablar del balompié. Acá le decimos futbol (o fucho de cariño) y las reglas de este deporte así como las conocemos hoy datan de mediados del siglo XIX, cuando fueron estandarizadas en Inglaterra y en 1904 nació la FIFA en París. De esos días hasta ahora, el futbol se ha convertido en el deporte con mayor número de espectadores (billones) y se juega en más de 200 países según la propia FIFA.

La importancia del futbol en la cultura de muchos países es tal que las selecciones nacionales de Costa de Marfil y Angola han ayudado a negociar treguas entre los combatientes de las guerras civiles que asolan su paises[1] y, en contraste, en 1969 un partido entre El Salvador y Honduras para calificar al Mundial de 1970 terminó de manera violenta y sirvió como detonador para una corta guerra entre ambos países, conocida como la Guerra del Futbol. Por algo dicen que para evitar problemas no hay que hablar de religión, política ni futbol.

En el campo de las artes, muchos novelistas han sido al mismo tiempo cronistas de deportes e incluso jugadores. O quizá sean jugadores y cronistas antes que escritores de ficción. Vienen a la mente Ernest Hemingway, que escribía para Sports Illustrated, y Jack Kerouac, que era reportero de deportes en el periódico Lowell Sun. En Latinoamérica podemos hablar de Jorge Valdano y Eduardo Galeano, que nos han regalado Cuentos de futbol y El futbol a sol y sombra, respectivamente.

Mención aparte merece el británico Nick Hornby. Este escritor inglés se dio a conocer con una novela titulada Fever Pitch,[2] que trata sobre el papel de los fanáticos en el futbol. El libro es un tanto autobiográfico y habla de la vida de un típico seguidor del futbol inglés. Fever Pitch fue la novela que hizo famoso a Hornby en Inglaterra y le permitió publicar años más tarde High Fidelity y About a boy. Estas tres novelas de Hornby han sido llevadas al cine en el Reino Unido y en Estados Unidos: los hermanos Farrelly dirigieron en 2005 la versión fílmica de Fever Pitch (Amor en juego, en español, con Drew Barrymore y Jimmy Fallon) cambiando el futbol por el béisbol para adaptarla al mercado gringo. Poco antes, en 2002, otro equipo de hermanos-directores adaptó al cine About a boy (Un gran chico, con Hugh Grant y Rachel Weisz) y dos años antes Stephen Frears había dirigido High Fidelity (Alta fidelidad, con John Cusack).

Así las cosas, no cabe duda que el deporte y en especial el futbol, juegan una parte importante en la cultural mundial. Bienvenida sea la Copa Mundial de Futbol.


[1] Así fue reportado por ESPN en 2005

[2] Sin traducción al español

Códigos vacíos

El Código Da Vinci, tanto el libro como la película, se ha convertido en un fenómeno, en un evento mediático. Una novela que, aunque bien escrita y de gran éxito en ventas, difícilmente será un clásico de la literatura universal, y que además copia casi letra por letra el argumento de la novela anterior de su autor, amenaza con erigirse como el blockbuster del verano. Ni Misión Imposible III, que se estrenó hace unos días, ni X Men III, por estrenarse a fin de mes, han recibido tanta publicidad, y no se ve ninguna otra película cuya magnitud global pudiera desbancar al tal Código

México no es un país de lectores y aunque el Código, fue un éxito en ventas, no tuvo ni de lejos la difusión o el impacto que tuvo en Estados Unidos. Mientras escribo estas líneas aún faltan varios días para el estreno de la película. ¿Cómo crear anticipación, emoción y ganas de ver una película cuando casi 40 millones de personas ya saben de qué se trata? Y no hablo de piratería. 40 millones de personas compraron (y presumiblemente leyeron) El Código DaVinci en todo el mundo. ¿Por qué irían a ver la película ahora? Seguramente lo mismo se preguntaron los encargados de la maquinaria publicitaria que rodea al filme, y una de sus estrategias más obvias ha sido mantener la película presente en todas las mentes. Además se eligieron actores taquilleros (ni falta hace mencionarlos), un director bien conocido y se busco publicitar cada paso de la producción, desde las locaciones que les fueron negadas hasta la cantidad que les cobraron las que sí se prestaron al juego. Y mientras más cerca está el estreno, la cosa es más intensa. Las cadenas de salas cinematográficas y la distribuidora del filme patrocinan juegos y concursos para atraer al público, y constantemente hay noticias de lugares en los que la gente exige que no se exhiba; la Iglesia se ha convertido, a fuerza de boicotear la película y negar el contenido de la novela, en su mejor publicidad.

Al mismo tiempo, canales de televisión y sitios de Internet se desviven por “revelar el código”, y eso contribuye (en mi opinión) a perpetuar la creencia popular (o mantener la ignorancia) que ha llevado a muchos a pensar que el argumento de El Código está basado en hechos ciertos. Y no, no es así. Se trata de una novela divertida e inofensiva mientras uno recuerde que es pura ficción y está tan cerca de develar misterios ancestrales sobre la fundación del cristianismo como Calderón de tener las manos limpias (léase: muuuuy lejos).

A la confusión contribuye el propio autor: En una nota al principio del libro Dan Brown, declara que "todas las descripciones de arte, arquitectura, documentos y rituales secretos en esta novela son fidedignas". Esa aclaración sienta el tono de la novela: lo que estoy leyendo está basado en la realidad. Y sin embargo, Brown comete errores, inventa cosas, las tergiversa, por toda la novela. La pretensión de erudición del autor se desmorona tan pronto uno consulta sus fuentes: nada de libros serios, sólo paraciencias, esoterismos y conspiraciones.

Pero es sólo una novela, es ficción y como tal no tiene que respetar la verdad histórica. Es cierto, pero entonces Brown podría haberse ahorrado la nota aclaratoria que provoca que el lector asuma que al menos parte de la información que maneja El Código es verdadera. Curiosamente a partir de la sexta reimpresión, la página de Información histórica ha desaparecido de muchas de las traducciones de la novela, aunque permanece en la edición inglesa.

No me detengo en la trama porque puedes encontrar los detalles en cualquier parte de la Internet y además no quiero arruinarte la novela o la película si es que decides enterarte del contenido de primera mano.

No pienses, querido lector, que no me gustó El Código DaVinci. Leí la novela poco después de su publicación en español y me pareció de lo más entretenida. Luego la regalé, porque no suelo guardar los libros que sé que no voy a leer de nuevo. Quizá no vea la película… después de todo, ya sé de qué se trata.

Historias de papel y celuloide

El mundo veloz y visual en el que vivimos ha visto nacer un género cinematográfico que yo, que no sé gran cosa, llamo “cine de cómics” y que quienes sí saben seguramente llaman de alguna otra forma. Las adaptaciones cinematográficas de los tebeos, cómics, historietas, cuentos o como les quieras llamar, constituyen ya una tendencia en la que el cine hollywoodense se ha acomodado muy bien, pues le permite abandonar la creación de nuevas historias y dedicarse a adaptar al celuloide (pronto tendré que admitir que este término es obsoleto, ante el dominio de lo digital, pero por lo pronto dejémoslo así) lo que fue creado para el papel.

El cómic es un instrumento ideal para llenar la imaginación del espectador, y una materia prima excelente para la creación de historias visuales. La fantasía de sus relatos, su estética y sus diálogos directos y sencillos son el perfecto caldo de cultivo para el cine de aventuras y acción.

Este espacio, sin embargo, no está dedicado al cine sino a la literatura y su relación con otras artes, de manera que en lugar de hablar del cine de cómics, dedicaré algunas líneas a dos o tres historias que nacieron de forma impresa y que han dado origen a éxitos de taquilla más o menos recientes. No están todos los que son ni son todos los que están. Más bien están todos los que he visto.

De El Hombre Araña a Superman, pasando por Los Cuatro Fantásticos, Hulk, Daredevil, Batman y cualquier otra que a ti lector, lectora, se te ocurra, los cómics gringos han sido llevados al cine desde hace ya un buen tiempo, y en los últimos veinte años hemos empezado a ver en la pantalla grande adaptaciones de las llamadas novelas gráficas como Sin City, The Crow, V for Vendetta o From Hell[1].

Las novelas gráficas suelen tener argumentos torturados y complejos que se desarrollan en atmósferas obscuras, en mundos corruptos que a pesar de no existir recuerdan a la realidad que se vive en las sociedades modernas. Sin City es un gran ejemplo de esto. Sus personajes están cargados de escepticismo, amargura y cinismo. Dirigida por Robert Rodríguez (y Quentin Tarantino), la película hecha a partir de esta novela es una recreación fiel de las viñetas del cómic, básicamente el cómic de Frank millar puesto en movimiento.

Otra novela gráfica llevada al cine, aunque esta ya hace algunos años, es The Crow, protagonizada por un fulano que parece cantante punk y que se dedica a sembrar el terror en los habitantes de los bajos fondos de una ciudad sin nombre para vengar su muerte y la de su mujer. El autor, James O’Barr, creo a El Cuervo tras perder a su primer amor en un accidente de coche por culpa de un borracho. A primera vista podría creerse que la historia gira en torno al deseo de venganza, pero es más bien sobre el dolor. Sobre el inmenso vacío que deja la muerte de alguien que amamos y sobre la rabia que impulsa al protagonista (y a cualquiera) ante la injusticia de la muerte. La película basada en The Crow lleva el mismo nombre y fue protagonizada por Brandon Lee, hijo del mítico Bruce Lee, quien murió a mitad del rodaje. Es una buena adaptación de la historia básica propuesta por la novela gráfica, pero en mi opinión se queda corta en cuanto a los matices del personaje central.

Para no hacer el cuento demasiado largo, cerraré esta Espiralia con V for Vendetta, cuya adaptación fílmica ha estado en cartelera las últimas semanas y basada en una novela gráfica de ese genio conocido como Alan Moore. El por demás extraño señor Moore también creó From Hell, Constantine y The League of Extraordinary Gentleman, mismas que también han sido convertidas en películas con mucho éxito en el caso de Desde el infierno (dirigida por los hermanos Hughes y protagonizada por Johny Depp y Heather Graham), algo de éxito en el caso de Constantine (de Francis Lawrence, con Keanu Reeves y Rachel Weisz), y con resultados desastrosos en el caso de La Liga Extraordinaria (de Stephen Norrington, con Sean Connery).

Regresando a V de Venganza, no quiero detenerme demasiado en la historia para no echársela a perder a quien no ha visto la película, pero el asunto central es la lucha de un héroe enmascarado conocido como V contra un gobierno totalitario. La historia, un tanto apocalíptica, recuerda al 1984 de Orwell, y está basada en la nóvela gráfica creada por Moore a partir de la muy real historia del militar Guy Fawkes quien en el siglo XVII intentó volar el Parlamento inglés y asesinar al rey Jaime I en venganza por las leyes penales contra los católicos. Alan Moore decidió desentenderse de la producción de la película y borró su nombre de los créditos. Juzgue usted si esto fue o no buena idea.


[1] La Ciudad del Pecado, El Cuervo, V de Venganza y Desde el infierno, respectivamente

Vida y ficción de un escritor francés

Uno de los escritores más importantes en la historia de la literatura universal era hijo de un mulato y se quedó huérfano a los cuatro años. Como Alexandre Dumas era técnicamente parte de la aristocracia francesa, su familia siempre en desgracia, primero por que su abuelo se había atrevido a casarse con una esclava negra y luego por la Revolución Francesa. La familia estuvo casi en bancarrota toda la infancia de Dumas y él no recibió una educación particularmente privilegiada.

Los títulos nobiliarios terminaron sirviendo para que, cuando la monarquía francesa fue restaurada, Alexandre se mudara a París para trabajar al servicio del Duque de Orleáns. Una vez ahí, Dumas creó algunas obras de teatro y el éxito que alcanzó con ellas le permitió dedicarse exclusivamente a escribir.

Dumas escribió cientos de historias. La mayoría se publicaron por entregas en revistas y periódicos franceses y una gran parte de ellas no fueron realmente escritas por él, sino por un equipo de escritores que él supervisaba. De entre esos escritores ‘fantasma’ se conoce particularmente bien el trabajo de Auguste Maquet, quien delineó la trama de El Conde de Montecristo y contribuyó sustancialmente en la saga de Los Tres Mosqueteros y otras novelas de Dumas. Al parecer escribían juntos, Maquet proponía tramas y redactaba borradores, mientras que Dumas “vestía” los relatos con detalles y diálogos. Se supone que también decidía y escribía los finales, pero sólo ellos saben lo que sucedía en realidad.

Todo el dinero que Dumas ganó con sus historias se le fue todo en fiestas y mujeres. Estuvo casado, pero tuvo más hijos fuera del matrimonio que dentro. Uno de ellos, llamado también Alexandre Dumas, habría de convertirse en escritor y es famoso por la increíblemente trágica historia de La Dama de las Camelias, que habría de convertirse en La Traviata de Verdi y, un poco más diluida, en el Moulin Rouge de Luhrman, entre muchas otras adaptaciones cinematográficas y teatrales.

Regresando a Dumas padre, hay que decir que aunque no todas las letras salieron de su tintero, pocos autores pueden preciarse de que sus obras puedan encontrarse en más de 100 idiomas y hayan generado más de 200 adaptaciones cinematográficas. Alexandre Dumas es uno de esos pocos.

Sus dos novelas más conocidas son, sin duda, El Conde de Montecristo y Los Tres Mosqueteros, pero vamos por partes. La primera película basada en El Conde de Montecristo fue filmada en 1908 y más recientemente en 2002, con James Caviezel y Guy Pierce en los roles principales. Es una adaptación decente, pero sin duda es mucho más disfrutable ver El Vizconde de Montecristo, parodia de 1954 protagonizada por Tin Tán.

Por su parte, la historia de los tres mosqueteros es en realidad una trilogía conocida como Los Romances de D’Artagnan, compuesta por Los Tres Mosqueteros, Veinte años después y El Vizconde de Bragelonne.

En Los Tres Mosqueteros, Dumas (y Maquet y todos los demás) nos presenta a Atos, Portos y Aramis cuando, siendo ellos mosqueteros experimentados, conocen al novato D’Artagnan. Esta novela fue adaptada al cine por primera vez en 1921 y desde entonces se han hecho versiones de todo tipo. Está la serie animada “D’Artacan y los tres mosqueperros” o las dos adaptaciones de Disney, una con Mickey Mouse, el pato Donald y Tribilín, y otra con Charlie Sheen. Kiefer Sutherland y Chris O’Donell, pero ninguna es particularmente recomendable. Quizá las adaptaciones francesas sean mejores, pero como en mi opinión no hay ninguna que le haga justicia, mejor consigue el libro o busca la parodia de Tin Tán, que se llama Los Tres Mosqueteros y medio” o hasta la de Cantinflas.

Siguiendo con la trilogía mosquetera, en Veinte años después, mi favorita, Porthos se ha transformado en un viudo rico, mientras que Aramis se ha vuelto sacerdote, Atos está retirado en algún lugar de Francia, y D’Artagnan sigue siendo mosquetero. Han pasado mucho tiempo sin verse, pero Dumas y su equipo de escritores los reúnen para nuevas aventuras que, al parecer, nadie ha llevado al cine. La última parte de la historia de D’Artagnan, contenida en El Vizconde de Bragelonne, está a su vez dividida en tres partes. La última es El Hombre de la Máscara de Hierro, que ha sido adaptada al cine numerosas veces, aunque quizá la más versión más famosa sea la protagonizada por Jeremy Irons, John Malkovich, Gerard Depardieu y Gabriel Byrne. Ah, y Leonardo DiCaprio.

Tantas encarnaciones de las historias de Dumas y sus escritores-fantasma dan testimonio de la naturaleza aventurera y heroica presente en todo ser humano. O quizá son muestra de que todos necesitamos escapar de la monotonía y el aburrimiento de vez en cuando.

Del griego al gringo

Había una vez un lugar llamado Ítaca, y este lugar tenía un rey llamado Ulises[1]. Este rey había peleado y triunfado, después de pasar por un montón de cosas, en la Guerra de Troya. Ahora lo encontramos en el viaje de vuelta a su país, en donde su fiel esposa Penélope y su amado hijo Telémaco lo esperan. Bueno, casi. Ulises lleva 10 años desaparecido y en Ítaca todos creen que murió en la guerra. Así las cosas, a Penélope le cuesta algo de trabajo mantenerse soltera, porque hay muchos que aspiran a casarse con ella. Telémaco ha intentado evitar que alguien usurpe el trono que, en último caso, le corresponde a él, pero acaba por desesperarse y, aconsejado por Atenea (sí, la diosa) sale a buscar a su padre. Los tres, Odisea, Penélope y Telémaco, habrán de pasar por aventuras y trances diversos, a los que se enfrentan usando su ingenio y algo de ayuda divina.

La Odisea es, desde luego, una obra clásica. Este poema épico consta de 24 libros y empieza no por el principio de la historia sino a la mitad, y Homero nos cuenta como es que sus personajes llegaron a ese punto a través de recuentos y saltos en el tiempo, flashbacks. En los primeros cuatro libros no sabemos dónde está Ulises, Homero nos cuenta como están las cosas en Ítaca y por qué Telémaco decide salir en busca de su padre. Hacia el libro 5 nos enteramos de que Odisea no está muerto, anda de parranda. Lleva 7 años “secuestrado” por la bella ninfa Calipso, y es liberado por los dioses Atenea y Zeus. Ya va de regreso a Ítaca pero Poseidón lo intercepta y hace naufragar su balsa… y no es para menos, Ulises había dejado ciego a Polifemo, el hijo de Poseidón, y esas cosas calientan. ¿O no?

Total que Ulises naufraga y va a dar a las costas de Esqueria, tierra de los feacios. Ahí es recibido con gran hospitalidad y se entretiene un tiempo en contar a sus anfitriones sus aventuras y desventuras, que son muchas. Así nos enteramos de su encuentro con el cíclope, de cómo un grupo de sirenas intentó y logró desviarlos a él y a su tripulación de su camino, de su encuentro con un profeta ciego y de varios episodios más. Ulises resulta ser un gran narrador, tanto que los feacios le regalan un barco y por fin logra regresar a Itaca, donde él y Telémaco se despachan a todos los atrevidos pretendientes que intentaron quitarle trono y mujer. Penélope, haciendo gala de inteligencia, había logrado mantenerse fiel a Ulises y a partir de su regreso viven felices para siempre.

Supongo, lector, lectora, que a ti también te tocó leer La Odisea (y tal vez también La Ilíada, que es la primera parte de la historia de la guerra de Troya) en la preparatoria, y si no espero que a pesar de que ya te conté cómo termina todo, aún tengas curiosidad por leer el libro. Si me tomé la libertad de contar la historia completa, aunque a muy grandes rasgos, es por que en esta ocasión una de las películas basadas en esta obra clásica merece más que una simple mención.

La influencia de la obra homérica en la literatura y el arte occidental es innegable; a partir de La Odisea se han creado numerosas obras de arte. Por ejemplo, los cuentos de Las Mil y Una Noches protagonizados por Simbad El Marino, fueron tomados de la obra de Homero. También está The Penelopiad (“La Penelopiada”) de Margaret Atwood, narración que cuenta la historia de La Odisea desde el punto de vista de Penélope. Y no puedo dejar de mencionar el Ulises de James Joyce.

De entre todos los trabajos artísticos derivados de la épica de Homero quiero detenerme en una película que es, desde mi punto de vista, una de las obras maestras de los hermanos Ethan y Joel Coen. Me refiero a O Brother, Where Art Thou? (“¿Dónde estás, hermano?”) cuyo guión está basado en La Odisea, aunque no se trata de una adaptación ni mucho menos.

Lo que los Coen hacen con La Odisea es tomar algunos de los momentos más significativos, desde el punto de vista arquetípico, y llevarlos a ese extraño universo en donde han creado sus historias. La travesía de Ulises es la road-movie, el relato de viaje, por excelencia. Los Coen lo reconocen y rescatan uno de los motivos principales de La Odisea: el ingenio.

En O Brother, Where Art Thou?, el muy bien peinado Ulysses Everett McGill (George Clooney) emprende un viaje para recuperar el botín que enterró tras el robo por el cual lo arrestaron. Encadenados –literalmente- a él van el simpático y tonto Delmar O'Donnel (Tim Blake Nelson) y al desconfiado Pete Hogwallop (John Turturro). Entre su escape de prisión y el tesoro habrá ecos homéricos como un hombre ciego que predice su suerte, un “cíclope” encarnado por un vendedor de Biblias (John Goodman) y tres lavanderas-sirenas. Con todo y todo, los Coen logran un filme profundamente original. La película, como el poema que (en parte) la inspira, no tiene desperdicio.



[1] La Odisea fue escrita en griego y el nombre original del héroe era justamente Odiseo, pero cuando los romanos tradujeron al latín la historia, el nombre del héroe cambió a ‘Ulises’.

De maquinistas, ladrones de tiempo e historias que nunca terminan

Jim Botón se llamaba así porque tenía un agujero en sus pantalones que volvía a aparecer sin importar cuantas veces lo remendara su madre, hasta que un día ella decidió transformarlo en ojal y ponerle un botón. Jim vivía en una isla tan, pero tan pequeña, que no había lugar para un solo habitante más. Mientras era bebé no ocupaba mucho espacio, así que no había problema. Conforme fue creciendo las cosas comenzaron a complicarse y Jim decide irse de la isla. Su amigo Lucas se empeña en acompañarlo y entre los dos convierten la locomotora de Lucas, que es maquinista, en un pequeño barco. Sus aventuras incluyen viajes a tierras lejanas, dragones y trece salvajes.

Jim Botón y Lucas el Maquinista se publicó en 1960 y así el mundo se enteró de lo que Michael Ende traía en la cabeza. Las aventuras de Jim y Lucas le valieron a Ende el premio Hans Christian Andersen, otorgado en Alemania a los mejores libros infantiles, aunque muchas editoriales rechazaron le manuscrito, al parecer porque era demasiado fantástico. Y es que en la Alemania de lo 60’s, en plena guerra fría, lo que rifaba era el realismo y el compromiso social, y no las locomotoras convertidas en barcos. Lo que esas editoriales no alcanzaron a ver es que entre las líneas de esta novela para niños hay un fuerte contenido social, sello de los escritos de Ende. Una vez publicadas, las aventuras de Jim Botón fueron llevadas al radio y a la televisión, y se tradujeron a numerosos idiomas, pero lo mejor de Ende estaba aún por venir.

Momo fue publicada en 1972 y llevada al cine en 1986 con actores reales y en 2001 en una versión animada. Momo es una niña que no dice mucho: tiene el don de escuchar, de verdaderamente escuchar a quien le habla. Poco a poco se hace indispensable para quienes la conocen, pues al hablar con ella los niños pueden inventar los mejores juegos y los adultos pueden encontrar soluciones a sus problemas. Un día los Hombres Grises se roban el tiempo de los amigos de Momo y ella debe recuperarlo. En mi opinión Momo es una novela casi metafísica, su tema principal es el uso que la cultura moderna hace del tiempo; es una fábula sobre la sociedad de consumo.

Cualquiera de estas novelas sería suficiente para garantizarle un lugar a Michael Ende entre los grandes de la literatura para niños y de la literatura fantástica, pero por si alguien aún dudaba de su talento, en 1979 Ende nos regaló La Historia Interminable y con ella marcó la infancia de miles de personas. Tratar de reseñar la Historia es inútil, es algo que tienes que leer. Baste decir que comienza cuando Bastián Baltasar Bux, un niño gordito y tímido, se roba un libro y se refugia con él en un desván de su escuela, para huir de un mundo en el que no parece encajar. Al empezar a leer, Bastián se da cuenta de que los personajes del libro están vivos y no sólo eso, sino que lo necesitan para salvar su mundo, Fantasía.

La tercera novela de Ende fue llevada al cine en 1984; la película se conoce en México como La historia sin fin y fue dirigida por Wolfang Petersen. Sí, el mismo que dirigió Troya. De la película no hay mucho que decir. Aunque es más o menos fiel al texto de Ende, es materialmente imposible llevar La Historia Interminable a la pantalla, no sólo por que está narrada a dos voces, lo que la convierte en realidad en dos libros[1], sino por que en sus páginas hay cientos de pequeñas historias que se entrelazan con la aventura de Bastián Baltasar Bux y Atreyu. Y para que vean que no exagero, el propio Ende pidió que la película no mencionara su nombre ni se dijera que está basada en su novela; incluso demandó a los productores, pero perdió.

Momo y La Historia Interminable se encuentran publicados en español por Alfaguara y se consiguen con relativa facilidad. Jim Botón y Lucas el Maquinista también fue publicada por Alfaguara pero al parecer ya no está disponible. Esta vez no quisiera recomendarte las películas. Date la oportunidad de leer a Ende, te garantizo que sus libros te acompañaran por mucho tiempo.



[1] Tanto la edición original como la edición en español, publicada por Alfaguara, están impresas a dos tintas, verde y roja.

Las Reglas de la Atracción y otras psicosis

Bret Easton Ellis es, sin duda, un escritor talentoso, pero no esperes encontrar en sus libros historias completas, de esas con introducción, nudo y desenlace. El asunto con él es que por su pluma no corre tinta, sino humor negro. Ellis es responsable (¿culpable?) de American Psycho, cuyo protagonista es Patrick Bateman, corredor de bolsa de día y asesino serial de noche.

Leer American Psycho es cansado; provoca reacciones sumamente viscerales y, más allá de la brutalidad que impera en casi todo el texto, también provoca reflexionar sobre la naturaleza de la violencia. El libro es interesante por que está escrito desde el punto de vista del asesino, desde los rincones más oscuros de la psique de Bateman, atiborrada tanto de datos triviales sobre la carrera de Phil Collins como de ideas racistas, homofóbicas y misóginas. Y como este asesino yuppie, engreído y egocéntrico es quien cuenta la historia, no hay más remedio que soportar sus monólogos sobre ropa de diseñador y marcas de agua embotellas que se mezclan con los asquerosos recuentos de sus crímenes. Eso es lo que le importa a Bateman: el estatus social y el placer que obtiene cuando mata.

American Psycho es un estudio de la hipocresía y la vanidad. Como el doctor Jekyll y el señor Hyde de Robert Louis Stevenson, Patrick Bateman es el resultado de una sociedad preocupada por las apariencias, que exalta el individualismo y se olvida del bien común. Bateman es forzado por la sociedad a tener dos caras: la del corredor de bolsa exitoso y aceptado, y otra profundamente violenta a través de la cual expresa sus frustraciones. El argumento que corre por las venas del psicópata americano es que la sociedad es la única culpable de crear mentes torcidas como la de este asesino.

Los personajes que rodean a Bateman son igual de hipócritas que él: profundamente preocupados por su apariencia física, por la moda y las marcas, casi todos usan y abusan de distintas drogas; Patrick no fuma tabaco ni marihuana para evitar que su ropa y él mismo tengan un olor desagradable o poco atractivo, pero consume alcohol y cocaína en cantidades industriales por que no afectan su apariencia.

La lectura de American Psycho puede hacer en distintos niveles, depende del lector. En lo más superficial del texto está la historia de un psicópata que mata al menos una docena de personas simplemente por que se le da la gana. Sin embargo, leyendo entre líneas puede argumentarse que los asesinatos son solo fantasías de Bateman, escapes imaginarios para el tedio y la supeficialidad de su vida.

Escrita en un estilo brutal pero divertido a la vez, esta violenta fantasía es lectura obligada ante el tristemente evidente dominio cultural que Estados Unidos ha logrado con el correr de los años. American Psycho fue editado en español por Punto de Lectura y Ediciones B, con el mismo título. Si no encuentras el libro por ningún lado o de plano ni siquiera piensas buscarlo, puedes conseguir la excelente adaptación fílmica escrita y dirigida por Mary Harron en el 2000 con Christian Bale, quien personifica a la perfección a Patrick Bateman. La película le es increíblemente fiel al libro, aunque en mi opinión es menos violenta.

Otras novelas de Bret Easton Ellis que han sido llevadas al cine con Less Than Zero (Menos que cero) y The Rules Of Attraction (Las Reglas de la Atracción), aunque no me atrevería recomendar ninguna de las dos, la primera por que no la he visto y la segunda porque es malísima.

Jorge y sus crímenes

De entre todas las cosas que sucedieron en 1928, hay una que me parece particularmente afortunada: el nacimiento de Jorge Ibargüengoitia. Y de entre todas las cosas que sucedieron en 1983, hay una que me parece particularmente trágica: la muerte de Jorge Ibargüengoitia.

México le ha dado al mundo grandes escritores. No me voy a entretener en enumerarlos por que seguramente se me olvidaría más de uno; en lo que sí me voy a entretener es en hablarte, lector, lectora, de las múltiples y muy extensas razones por las cuales Jorge Ibargüengoitia es el más grande de todos.

Razón número uno: Ibargüengoitia es el mejor humorista de la literatura mexicana y quizá el único. Verás: mientras la élite política y sus satélites intelectuales se dedicaban a venerar la Revolución Mexicana, Ibargüengoitia escribió un libro burlándose de ella; y mientras otros escribían novelas contra las dictaduras de América Latina, Jorge escribió una farsa maravillosa en la que los héroes son tanto o más ridículos que sus enemigos. Hablo de Los Relámpagos de Agosto y Maten al León. Hazte un favor y lee ambas[1].

Razón número dos: Ibargüengoitia no se toma en serio. Admitámoslo: en pocos entornos se venera tanto el ego como en el intelectual, e inmerso en ese medio, Ibargüengoitia escribió un libro de cuentos que es casi una colección de burlas de sí mismo. Jorge se asume torpe, pobre y antiintelectual en La Ley de Herodes[2] y en casi todas sus colaboraciones para Excélsior, muchas de las cuales se reunieron en Instrucciones para vivir en México.

Razón número tres: Ibargüengoitia es atemporal. Escribió desde novelas históricas hasta farsas políticas, pasando por cuentos de todos sabores, crónicas de viaje, editoriales periodísticas y obras de teatro. Cada una de sus letras es devastadoramente actual y profundamente sarcástica; te atrapan con carcajadas y te mantienen enganchado con reflexiones.

Razón número cuatro: Ibargüengoitia es un espejo. Dicen quienes tuvieron la suerte de conocerlo personalmente que hablaba como escribía y escribía como hablaba, que era lúcido e insobornable. Y así como era, sus obras lo reflejan no sólo a él mismo sino a ti. Y a todos. Léelo y verás, te verás.

Razón número cinco: Ibargüengoitia es crítico. Tenía, como pocos, la capacidad de ver la realidad desde una perspectiva que, sin ser amarillista o pesimista, le permitió señalar hasta la más pequeña grieta en las paredes de este edificio que llamamos México.

Razón número seis: Ibargüengoitia no se complica. Sus plumazos (o teclazos, vaya usté a saber con qué escribía) son simples y directos, y en eso radica parte de su genialidad. Es accesible para cualquiera y la sencillez de su estilo permite leerlo y releerlo en distintos niveles. Además, por su dominio de diversos géneros, tanto el lector que busca la brevedad como el que aprecia lo enciclopédico encontrarán en la obra de Ibargüengoitia algo de su agrado.

Razón número siete: Ibargüengoitia se ajusta al hilo conductor de este espacio. Espiralia ha tratado, hasta ahora, de dedicarse a autores que han logrado brincar de un medio a otro. En particular de la literatura al cine. Ibargüengoitia no es la excepción: la extraordinaria Dos crímenes, novela publicada en 1979, fue llevada al cine a mediados de los 90 por Roberto Sneider con Damián Alcázar en el papel estelar. Ambas, novela y película, son un verdadero deleite. Te cuento la trama a grandes rasgos, a ver si logro picarte la curiosidad: Dos crímenes trata sobre un hombre que, aunque no es precisamente inocente, es buscado por la policía por un crimen que no cometió. Huye en busca de un lugar para ocultarse y como no tiene ni en qué caerse muerto, va a dar a casa de familiares donde teje, con mentiras y pasiones, un enredo del que resultan los mentados dos crímenes.

De la obra de Ibargüengoitia podría decirse mucho más, pero tampoco se trata de servirte todo “peladito y en la boca”. Baste con decir que el humor seco de Ibargüengoitia, de ascendencia sajona más que latina, y su habilidad para trivializar lo trascendente y engrandecer lo cotidiano, lo convierten en el único escritor mexicano que logra entregarnos una visión diferente de la realidad nacional.



[1] Las obras de Ibargüengoitia, ya sean novelas, cuentos, teatro y demás, las encuentras publicadas por Joaquín Mortiz. Estos libros sí puedes juzgarlos por sus portadas, que fueron ilustradas por la esposa de Jorge, Joy Laville.

[2] Todo mexicano que se respete sabe que la Ley de Herodes es “O te chingas o te jodes” y, además, que la película del mismo nombre no está basada ni remotamente en el cuento de Ibargüengoitia.

Una novela dentro de otra

El Desayuno de los Campeones, es la séptima novela del escritor estadounidense Kurt Vonnegut. Escrita en 1973, se trata de una parodia del autor sobre él mismo y sus obras, mezclada con una fuerte crítica a la superficialidad de la sociedad estadounidense.

Como si fueran cajas chinas, el cincuentón Vonnegut nos presenta a Philboyd Studge, autor de controversiales novelas de humor negro que, al cumplir sus cincuenta años de vida, decide escribir su obra definitiva, en la que quepan todos los personajes e historias que se le han quedado en el tintero. A su vez, Studge nos presenta a Kilgore Trout, un escritor que ronda los cincuenta años que se dedica a escribir novelas de ciencia ficción que nadie ha leído. Nadie excepto Dwayne Hoover, un acaudalado vendedor de coches que descubre en un libro de Trout un “mensaje” que cree que está destinado sólo a él y que, a la larga, habrá de convertirlo en un maniaco asesino.

Vonnegut es enemigo de los libros que le hacen creer a la gente que la vida tiene personajes principales y secundarios, detalles significativos, lecciones por aprender y pruebas que superar. Para Kurt la vida no es más que una serie de sinsentidos y mientras más pronto todos lo comprendamos, más pronto nos dejaremos de estupideces.

Así, en esta novela ficticia que se despliega dentro de la novela real encontramos desde hilarantes resúmenes de los libros del tal Kilgore Trout hasta las desventuras de Dwayne, el demente vendedor de coches cuya mujer se suicidó bebiendo destapador de caños y que tiene un hijo homosexual y pianista. Pero no se vaya usted con la finta, amable lector. Vonnegut es un desgraciado sin modales que no hará más que enredarlo en sus simpáticas divagaciones para distraerlo y cuando menos se lo espere le dará un baño de realidad.

Con ilustraciones del propio Vonnegut, El Desayuno… está escrito con una sencillez sospechosa; Vonnegut la aprovecha para ignorar cualquier estructura narrativa clásica y moverse de la escatología a la teleología en unas cuantas páginas, incluyendo de paso insignificantes estadísticas, comentarios sobre los usos y costumbres del americano promedio, la perversidad sexual en general y las técnicas para la venta de autos. Así es Vonnegut: usa el mismo tono y la misma sencillez para hablar cubetas de pollo frito y de bolsas para recoger fragmentos de soldados muertos en acción.

El Desayuno de Vonnegut fue considerada una de las grandes novelas de los años setenta, y el tiempo se ha encargado de convertir esta divertidísima farsa sobre los mecanismos de la creación y la aventura de la vida, en una pieza clave de la literatura universal, tan pertinente hoy como hace 30 años.

Desayuno rápido

¿Sin tiempo para leer? Bruce Willis, Albert Finney y Nick Nolte estelarizan la adaptación cinematográfica de esta novela; la versión fílmica no recibió tan buenas críticas como el libro, pero vale la pena verla. La traducción al español es de Editorial Anagrama y en inglés la encuentras publicada por Dial Press, al igual que el resto de sus obras..

De viajes intergalácticos y androides deprimidos

Todavía no terminas de despertar y ya sientes un dolor de cabeza que te taladra el cráneo. Te arrastras hasta la cocina para preparar algo de café. Es jueves. Le das un sorbo al café y alguien toca a la puerta. Abres, todavía en pijama, y un burócrata mal encarado te anuncia que están por demoler tu casa para construir una vía rápida. Bienvenido al peor día de tu vida.

Así comienza The Hitchhiker’s Guide to the Galaxy, conocida en español como La Guía del Autoestopista Intergaláctico, un fenómeno mediático que desafía cualquier descripción. La Guía comenzó como un programa de radio producido por la BBC en 1978 que poco más tarde se convirtió en una novela que luego fue llevada a la televisión y, recientemente, al cine. A la Guía le siguieron cuatro novelas más y hasta el 2001, cuando murió su autor, Douglas Adams, había vendido más de 15 millones de copias. Nada mal para un libro que es, básicamente, una colección de absurdos.

Para Arthur Dent, el pobre terrícola que a media cruda tiene que enfrentar la destrucción de su casa, las cosas empeoran cuando su amigo Ford Prefect (quien dijo ser originario de Guildford pero es en realidad un extraterrestre) llega a visitarlo. Prefect obliga a Arthur a tomarse unas cuantas cervezas mientras le explica que el mundo (el de Arthur) está por terminar. Acto seguido los teleporta fuera del planeta un par de segundos antes de que la Tierra sea destruida por una raza de desagradables extraterrestres conocidos como Vogones. Estos alienígenas, además de ser verdes y horrendos, son burócratas de escala intergaláctica con instrucciones de desintegrar la Tierra para construir una autopista espacial. Durante el resto de la novela, al tal Arthur le sacuden hasta el último átomo. No sólo lo obligan a escuchar la poesía de los Vogones (que es espantosa), sino que se ve obligado a unirse al presidente de la Galaxia, Zaphod Beeblebrox (quien con sus tres brazos y dos cabezas es uno de los seres más sexys del universo), y de paso se entera de que los seres humanos eran tan sólo la tercera especie más inteligente de la Tierra, detrás de los delfines y los ratones. Por si fuera poco, Arthur se pasa la novela en pijama, como si ser más idiota que los ratones no fuera suficiente humillación.

The Hitchhiker’s Guide to the Galaxy es una comedia de ciencia ficción con una pizca de filosofía y algo de sátira. Aborda, en distintos momentos, las grandes interrogantes de la vida moderna: ¿Por qué estamos aquí? ¿Cuál es el significado de la vida? ¿A dónde van los lapiceros desaparecidos? ¿Qué pasa si una ballena cae en el desierto? Preguntas de la mayor importancia ontológica, como puede verse. Empapada del extraño humor británico, que descansa principalmente en juegos de palabras y situaciones absurdas (pero no por ello estúpidas), la saga que se originó con La Guía es una mezcla del sentido del humor de Monty Python con la imaginación de Lewis Carroll y algo del cinismo de Kurt Vonnegut.

No sorprende que haya referencias a La Guía del Viajero Intergaláctico mezcladas en la jerga que los geeks emplean a lo largo y ancho de Internet. Si has escuchado (o usado) la interfaz de mensajería instantánea Trillian o el traductor en línea Babelfish, entonces sabes más de la Guía de lo que creías, pues ambos toman sus nombres de personajes de la novela. "Paranoid Android", la canción de Radiohead, toma su nombre de Marvin, un androide paranoico, y la trilogía de The Matrix (en especial la primera película) parece haber tomado algunas ideas de la novela (que la Tierra es un programa de computadora, por ejemplo).

Este clásico de la literatura inglesa contemporánea dio pie a una trilogía en cinco partes , un programa de televisión, un juego de computadora, una película (estrenada en México a mediados del 2005, sin mucho éxito) y una horda de seguidores que han formado en torno a Douglas Adams y su obra un culto similar al que los admiradores de la Guerra de las Galaxias mantienen alrededor de George Lucas y los mundos que creó.

DE AVENTÓN POR LA GALAXIA

¿Se te antojó leer La Guía y el resto de las novelas de la serie? La editorial española Anagrama ha publicado traducciones de casi toda la obra de Douglas Adams. Conseguirlas es algo complicado pero elsotano.com.mx las tiene en su catálogo. Si lees bien en inglés, consíguete (en amazon.com) la edición con todas las novelas de la serie, Wings Books las publicó en un solo volumen. Si las ganas de leer son muchas pero el presupuesto poco, encontrarás la Guía en inglés como e-book de forma gratuita, nomás es cosa de saber buscar. Y si te intriga la historia pero la lectura no es lo tuyo, la película La Guía del Viajero Intergaláctico ya está en disponible para renta y a la venta en DVD.