Uno de los momentos de mi vida que recuerdo más vivamente es la noche en que conocí a María Kodama. Fue un instante breve. En aquellos días yo trabajaba en una revista y el editor constantemente me enviaba a cubrir los eventos a los que nadie más quería ir. Uno de ellos fue la inauguración de una exposición-homenaje a Borges en un museo de la ciudad de México. Hacía ya más de 10 años que Borges nos había dejado y María Kodama, su viuda, estaba ahí en su representación. María era toda elegancia y solemnidad. Era lo más cerca que yo estaría de Borges y no pude evitar pedirle que firmara para mí el programa de la inauguración.
Dicen que detrás de todo gran hombre hay una gran mujer. Este dicho siempre me ha parecido un insulto tanto para los grandes hombres como para las grandes mujeres. Jorge Luis conoció a María cuando él ya era un autor reconocido y ella era una mujer muy joven. Pronto ella se convirtió en objeto de fascinación para él y comenzó a acompañarlo en sus viajes. Pocas semanas antes de su muerte, Jorge Luis se casó con María y le heredó todo, absolutamente todo lo que poseía, incluyendo sus manuscritos y los derechos de sus obras.
La verdadera naturaleza de la relación entre Borges y Kodama ha sido cuestionada por años. ¿Se amaban, o mejor dicho, ella lo amaba o fue simplemente una caza fortunas?, ¿está sacrificando su vida por la obra de su esposo muerto o más bien se dedica a entorpecer las investigaciones en torno a él? Algunas fuentes señalan que la relación entre Jorge Luis y María era de afecto y ternura, el último idilio en la vida del escritor. Otras, sin embargo, desconfían de ella. Adolfo Bioy-Casares, por largo tiempo amigo de Borges, no tenía a María en buena estima y la culpaba del distanciamiento entre ambos. Kodama ha dicho que mientras él vivió, el amor de Borges por ella la protegía, pero tras su muerte las consecuencias de ese mismo amor fueron terribles: se sintió hostigada y atacada.
A fin de cuentas, la única que sabe a ciencia cierta lo que sucedía entre ellos es la propia María. Cuando habla de su relación, lo hace en términos que no dejan lugar a dudas: “Ese amor que, revelado, fue pasión insaciable para colmar el sentimiento vago, indescifrable, que experimenté por usted siendo niña, cuando alguien me tradujo un poema dedicado a una mujer a la que amó años antes de que yo naciera. […] Ese amor del que fue dejando trazas a lo largo de sus libros, sin decírmelo, hasta que me lo reveló en Islandia.” Así le habla María a Jorge Luis, años después de su muerte, en ocasión de la inauguración de una exposición de pintura inspirada en las obras que él le dedicó.
En un principio, Kodama y Borges fueron discípula y maestro, María cuenta que en aquellos días ella era muy joven y hablaba con Jorge Luis con mucha libertad, espontáneamente, motivada por la admiración que sentía por él. Años después colaboraría con él en su Breve antología anglosajona, publicada por 1978, y en Atlas, publicado en 1984, que recoge algunas vivencias de los numerosos viajes que hicieron juntos por todo el mundo. "En el grato decurso de nuestra residencia en la tierra", nos dice Borges en el prólogo de Atlas, "María Kodama y yo hemos recorrido y saboreado muchas regiones, […] Descubrir lo desconocido no es una especialidad de Simbad, de Eric el Rojo o de Copérnico. No hay un solo hombre que no sea un descubridor. Empieza descubriendo lo amargo, lo salado, lo cóncavo, lo liso, lo áspero, los siete colores del arco y las veintitantas letras del alfabeto; pasa por los rostros, los mapas, los animales y los astros; concluye por la duda o por la fe y por la certidumbre casi total de su propia ignorancia."
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