Batallas

De entre la gente maravillosa que ha dado la ciudad de México, uno de mis preferidos es José Emilio Pacheco. No tengo el gusto de conocerlo, pero José Emilio me inspira un tipo de aprecio que sólo se le tiene a un extraño que te ha regalado, sin saberlo, palabras e imágenes entrañables.

Es a través de Las batallas en el desierto que conozco a José Emilio, y es a través de esas mismas batallas que conozco la ciudad de México que fue, la que ya no estaba cuando yo llegué. Carlos, el protagonista de Las batallas, nos cuenta un momento de su vida, y a través de su narración Pacheco nos revela un México de posguerra donde la influencia de la cultura popular gringa era cada vez más evidente. Pacheco habla de un individuo y de una ciudad-país que se preparan para dejar atrás la inocencia.

Palabra por palabra, la prosa maravillosa de Pacheco nos permite revivir la apariencia, los sonidos y la atmósfera de finales de los 40 en la emblemática colonia Roma. El despertar sexual de Carlos tiene lugar en tiempos del presidente Alemán, que son al mismo tiempo años de guerra. “Los niños de la Segunda Guerra Mundial no tuvimos juguetes. Todo fue producción militar. Hasta la Parker y la Esterbrook fabricaron materiales de guerra”, nos dice Carlos.

La escuela de Carlos es reflejo de la sociedad que vendría: diversa, mezcla de niños cuya madre lava ajeno, clasemedieros, norteamericanos, hijos de burócratas y niños japoneses. Su familia vive en una colonia antes aristocrática que ahora (entonces) empieza a deteriorarse. En los 40 la ciudad de México comenzaba a crecer hacia arriba. Las casas porfirianas que caracterizaban la colonia Roma fueron desmanteladas para convertirse en edificios, y así también la infancia de Carlos comenzaba resquebrajarse para dar paso a lo que le sigue, al amor, al deseo y sus reversos, el desamor y la pérdida. “Voy a guardar intacto el recuerdo de este instante porque todo lo que existe ahora mismo nunca volverá a ser igual. Un día lo veré como la más remota prehistoria. Voy a conservarlo entero porque hoy me enamoré de Mariana”, dice Carlos. Y ¿quién es Mariana? Es el Primer Amor, así con mayúsculas, ese primer objeto de deseo que sabemos prohibido pero que no podemos olvidar.

“Por alto que está el cielo en el mundo/ por hondo que sea el mar profundo/ no habrá una barrera en el mundo/ que mi amor profundo no rompa por ti”, cantan los Tacvbos, inspirados por la historia de Carlos al igual que Alberto Isaac, quien dirigió la adaptación al cine de esta novela en 1986 a partir de un guión de Vicente Leñero.

Mariana, Mariana recoge la historia de Las Batallas. El encargado de dirigirla fue originalmente José Estrada, que murió antes de completar el proyecto y fue relevado por Alberto Isaac, quien eligió destacar el despertar sexual de Carlos y de pasada la crítica de Pacheco a la doble moral imperante en la sociedad alemanista que no termina de desaparecer en el México contemporáneo.

Aunque no la llamaría un clásico del cine mexicano, Mariana, Mariana es una buena película basada en una gran historia. Retrata con aceptable fidelidad tanto el relato de Pacheco como la atmósfera que lo rodea. Las actuaciones son en su mayoría muy buenas y el filme es bastante disfrutable, aunque no tanto como la novela que le da pie

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