De papel

Que a las palabras se las lleva el viento es bien sabido. Papelito habla, dicen algunos. Lo usamos todos los días para envolver, limpiar, esculpir, tapizar y envolver, para escribir grandes ideas, garabatear listas de compras o anotar pequeños mensajes. El papel es una de esas cosas que damos por hecha y olvidamos que su invención cambió el curso de la historia.

La invención del papel suele atribuirse a los chinos, en particular a un eunuco miembro de la corte del emperador He que se llamaba Ts’ai Lun y que en el año 105 d.C. documentó por primera vez la técnica que más tarde dio origen al papel tal como lo conocemos hoy. Así que aunque oficialmente es un invento chino, no hay que olvidar que los egipcios ya usaban pergaminos hechos con la planta conocida como papiro por ahí del 3000 a.C., y en nuestro continente se usaba el papel amate desde el siglo V.

La palabra ‘papel’ viene del egipcio papȳrus, término que pasó casi intacto al latín y de ahí al catalán como paper, de donde lo tomó el español. Los egipcios tenían muy masticada la técnica para convertir el papiro en pergaminos, pero cuando los griegos y los romanos quisieron copiarla se encontraron con que el papiro es un tanto delicado y no se podía cultivar fácilmente en sus territorios, así que sustituyeron la planta por piel animal. Y los chinos, antes de Ts’ai Lun, usaban bambú o seda. El problema con todos esos materiales es que no eran ni fáciles de conseguir ni eran baratos. La cultura china resolvió esta situación usando fibras de maderas nada exóticas que crecían en su territorio. La técnica tardó algún tiempo en propagarse, a los chinos les gusta guardar secretos, pero eventualmente el uso del papel se extendió por Asia y entre intercambios comerciales y guerras varias, llegó al medio oriente y a la India, donde se inventaron los libros (hechos originalmente con hojas de palma).

A Europa el papel llegó gracias a los árabes, quienes lo llevaron primero a España y de ahí a Italia, durante el siglo XIII. En la Europa medieval se usaron primero fibras de cáñamo y lino para fabricar el papel, pero conforme su uso se hizo más popular estas materias primas comenzaron a escasear y la técnica tuvo que cambiar. En 1450 se inventó la imprenta, y aunque las primeras obras creadas con ella se hicieron usando pergaminos de piel animal, la imprenta y el papel se hicieron inseparables rápidamente.

Si se observa la historia del papel puede verse un claro paralelo entre su uso y el desarrollo de ciertas culturas. Egipto tenía sus papiros y se desarrolló con más éxito y más temprano que China, hasta que esta perfeccionó la manufactura del papel y abandonó el bambú. Está también el caso europeo, cuyo avance cultural se aceleró notablemente durante el Renacimiento, en gran medida gracias a la popularización y el perfeccionamiento de la imprenta y el papel. Ese proceso, el del perfeccionamiento de las técnicas de impresión y del papel, no ha concluido; ha dado origen o hecho posible a la creación del lápiz, de la pluma fuente, los periódicos, los libros impresos en serie, las cartas, los diarios, los libros de texto, los carteles, el papel fotográfico, el cartón, las revistas, los sobres, los pañuelos desechables y el papel sanitario, los boletos, los billetes, los cheques, el papel tapiz y un largo etcétera. Así, directa e indirectamente, el papel contribuyó a la creación de las grandes obras de la literatura, de los grandes sistemas económicos, a la propagación de ideologías, a la educación, a la creación de leyes, a la cultura del consumo y lo desechable, entre muchas otras cosas.

El papel y la imprenta también hacen posible que leas esto, querido lector, y me permiten despedirme de este espacio espiral. ¡Hasta que nos volvamos a encontrar!

Viajera

A mediados del siglo XIII, un niño tuvo la suerte de nacer en una familia de aventureros disfrazados de comerciantes, y años más tarde hizo un viaje que lo convirtió en uno de los personajes más famosos del mundo. Este adolescente viajero se llamaba Marco Polo, y en 1271 salió de Venecia junto con su padre Niccilo (Nicolás) y su tío Maffeo (Mateo) hacia los lejanos reinos de Oriente, hasta entonces prácticamente desconocidos por el mundo Occidental.

El ser humano no es un animal al que le guste estar quieto. El turismo surge como tal en el siglo XIX, pero como muchas otras cosas del mundo occidental, tiene sus raíces en la antigua Grecia. Muchos griegos viajaban para asistir a los Juegos Olímpicos y también existían peregrinaciones religiosas, como la que se realizaba al oráculo de Delfos. Los romanos también viajaban mucho: visitaban baños de aguas termales en las diversas ciudades de su imperio, y realizaban viajes de placer a la costa.

La Edad Media trajo consigo conflictos armados, persecuciones religiosas y recesión económica, de manera que los viajes no eran particularmente recomendables o fáciles de realizar. Los viajes de placer fueron sustituidos, pues, por peregrinaciones religiosas, mismas que aumentaron en número y distancias recorridas conforme el Cristianismo y como el Islam se extendían.

Es aquí, con el Renacimiento italiano a la vuelta de la esquina, donde encontramos a la familia Polo. Como ya dije, la familia era de comerciantes, y justo por eso es que viajaban tanto: para establecer rutas comerciales. A la ruta que años antes habían inaugurado Niccilo y Maffeo se le conoce como la ruta de la seda, que era la mercancía más preciada que transitaba por esos caminos, aunque la ruta también se usó para llevar piedras y metales preciosos, telas, ámbar, marfil, laca, especias, vidrio y coral, entre muchas otras mercancías.

Genghis Khan había conquistado Catay, hoy China, un siglo antes y para cuando llegaron los Polo, su nieto Kublai Khan se encontraba en el poder. Niccilo y Maffeo fueron los primeros occidentales que vio el Khan, y al parecer pasó un buen tiempo platicando con ellos y preguntándoles cosas sobre su civilización y su organización política y económica. Tras pasar algún tiempo en la corte del Khan, los Polo regresaron a Venecia con un encargo del Khan: pedir al Papa el envío de misioneros cristianos para convertir a sus súbditos y formarlos en arte y matemáticas. Dos años después se decidió que los Polo regresaran a la corte del Khan, y Marco, ahora de 17 años, fue incluido en el viaje.

El viaje de los Polo y su séquito los llevó a Armenia, donde los monjes que debían acompañarlos a la corte del Khan desertaron, y después a Georgia, el Cáucaso y el Mar Caspio. Pasaron también por Jerusalén y Siria, por Bagdad y por varias ciudades de Persa. Atravesaron Formosa y las playas del Golfo Pérsico, entre muchos otros lugares, hasta que llegaron a su destino: Pekín. A su llegada a la corte de Kublai Khan, Marco se convirtió en una figura cercana al emperador, quien le confió la inspección de sus territorios. Así, el joven Polo recorrió el país durante mucho tiempo, y tomo notas no sólo de las mercancías locales que podrían venderse en Europa, sino de las costumbres y culturas que encontró.

Kublai Khan fue mantuvo a los Polo en su corte durante 24 años, hasta que en 1295 les confirió una importante misión: escoltar a la princesa Cocacín en su viaje a Levante, donde habría de suceder a la reina Bolgana. Los Polo regresaron a Occidente atravesando Indonesia, India y Persia, el Mar Negro y Estambul. De los 600 integrantes de la comitiva original, menos de 20 lograron regresar a Europa.

Para Marco Polo era el viaje, y no el destino, lo que valía la pena. Lo observó todo, lo retuvo todo. En 1298, Marco fue capturado tras una batalla naval en Génova, y fue durante su cautiverio cuando relató sus viajes a Rustichello de Pisa, un escritor (o tal vez un escriba) que resultó ser su compañero de celda. Así surgió el texto que hoy conocemos como Los Viajes de Marco Polo y que en el siglo XIV se publicó con el título El libro de Marco Polo, ciudadano de Venecia, en el que se narran las maravillas del mundo.

Durante el siglo XV, la época de las grandes expediciones marítimas de españoles, británicos y portugueses, en Europa se había renovado el interés en conocer el mundo y viajar. Aparecieron los primeros hoteles, edificios construidos para albergar a los numerosos acompañantes de los aristócratas y personalidades que recorrían el continente. Las palabras ‘turismo’, ‘turista’ y todas sus derivadas provienen del siglo XVI, cuando los jóvenes aristócratas ingleses realizaban un “gran tour” por varios países que duraba entre 3 y 5 años, con la intención de complementar su educación y obtener experiencias valiosas.

Con la Revolución Industrial aparece el turismo como lo conocemos hoy, pues no sólo se consolidó la burguesía como clase social con dinero y tiempo para viajar, sino que el invento de la máquina de vapor permitió aumentar la velocidad de desplazamiento y reducir los costos. En pocos años había vías férreas en todos lados y por primera vez era factible hacer travesías transoceánicas entre ambos continentes. Todo esto contribuyó a que durante el siglo XIX se popularizara la literatura de viajes, pues quienes no podían viajar podía comprar periódicos y libros repletos de crónicas de las travesías de otros.

Al libro de maravillas que Marco Polo dictó a Rustichello se le conoció por mucho tiempo como Il Milione, pues muchos lo consideraban un millón de mentiras. Ya en su lecho de muerte, en 1324, Marco Polo pronunció sus famosas últimas palabras: “No he contado ni la mitad de lo que vi”. Muchos piensan que el libro es ficción y no testimonio. Sea como sea, el nombre de Marco Polo es hoy usado por hoteles, canales de televisión, agencias de viajes, y hasta por el aeropuerto internacional de Venecia. Marco Polo es el viajero por antonomasia.

Ahumada

Hay algo hipnótico en las volutas de humo que se desprenden de una varita de incienso, de un cigarro o de una vela que recién apagamos. Dependiendo de lo que suceda a su alrededor, el humo puede levantarse en columnas tan rectas que parecen sólidas, o crear figuras caprichosas que recuerdan la filigrana.

El humo es, de acuerdo con el diccionario de la Real Academia Española, una “mezcla visible de gases producida por la combustión de una sustancia, generalmente compuesta de carbono, y que arrastra partículas en suspensión”. En el siglo XVII se desarrolló una teoría para explicar el fenómeno de la combustión; se conoce como teoría del flogisto y hoy sabemos que es completamente falsa. La teoría decía que los materiales inflamables contienen flogisto (del griego phlogistos, que significa "inflamable"), y el tal flogisto sería una sustancia incolora, inodora, insípida y desprovista de peso que se libera durante la combustión. El humo y el flogisto no serían, entonces, la misma sustancia. Johann Joachim Becher y su discípulo Georg Ernst Stahl, llegaron a la conclusión de que las sustancias que contienen flogisto, al arder quedan "desflogisticadas" y regresan a su verdadera forma, llamada calx, muy parecida a la ceniza. Con el tiempo y muchos experimentos se demostró que el flogisto ni existía ni explicaba el proceso de combustión. Antoine-Laurent Lavoisier demostró que aquello que arde en realidad no está perdiendo flogisto sino ganando oxígeno. En fin. Yo en realidad quería usar el humo como pretexto para llegar al tabaco y al hábito de fumar, pero no podía dejar pasar la oportunidad de hablar de la teoría del flogisto.

Hablemos, entonces, del tabaco. Cada vez que alguien enciende un cigarro o un habano, lo que está haciendo es inhalar el humo que se desprende la combustión de las hojas secas o curadas de las plantas de tabaco. Esa plantita, además de tener flores de lo más bellas, encierra en sus hojas un alcaloide llamado nicotina, además de alquitrán, que a su vez genera cianuro de hidrógeno, monóxido de carbono, dióxido de carbono, óxido de nitrógeno, amoníaco y otras linduras cuando es quemado. No me voy a detener a pensar o a decirte, lector, lectora, que fumar es muy mala idea si valoras tus pulmones, tu piel y tu salud en general. No, en lugar de aleccionarte, prefiero contarte dos o tres cosas que me parecen interesantes sobre el hábito de fumar tabaco.

Las dos plantas del género Nicotiana que con más frecuencia se fuman son originarias de América, al parecer de la zona andina entre Perú y Ecuador. Se cree que los primeros cultivos de tabaco se hicieron unos cinco mil años antes de nuestra era. Para cuando los europeos llegaron a América, acá llevábamos varios cientos de años fumando tabaco con fines rituales, principalmente. Los mayas lo usaban en celebraciones religiosas, y la variedad de tabaco que fumaban fue la que se extendió por todo el continente gracias al comercio.

Rodrigo de Jerez, que llegó a nuestro continente acompañando a Cristóbal Colón, fue de los primeros europeos en fumar tabaco, y también fue uno de los primero en morir por culpa de ese hábito: cuando regresó a España, fue acusado de brujería por la Inquisición… es que eso de que un hombre saque humo por la boca es cosa del diablo.

Por ahí de 1559 llegaron a Europa las primeras semillas de tabaco, aunque ya desde 1527 Fray Bartolomé de las Casas había narrado en su Historia de las Indias la forma nativa de aspirar el humo del tabaco. Las culturas americanas también masticaban, comían y bebían diversos preparados del tabaco; lo soplaban sobre el rostro de guerreros antes de la lucha, se esparcía en campos antes de sembrar, se ofrecía a los dioses y lo utilizaba como narcótico.

Para el siglo XVII el consumo de tabaco ya era común en Europa, por allá lo aspiraban y le llamaban rapé, además de masticarlo y fumarlo en pipas o como cigarrillos, cigarros y demás. En el Medio Oriente el tabaco se fuma en pipas de agua llamadas narguiles o sisas, y es común usar tabaco mezclado con melaza, glicerina y aromatizantes con ‘sabor’ a flores o frutas.
Hoy, el uso ritual del tabaco está casi perdido, pero la nicotina todavía es una de las drogas, legales o ilegales, más usadas en todo el mundo

Lacrimógena

Lo que el jabón es para el cuerpo, las lágrimas son para el alma
~ Proverbio judío

Llorar puede ser señal de querer a alguien profundamente, de preocupación o de tristeza. Las lágrimas a veces son de felicidad o de ternura, y en otros casos de miedo o de enojo. Se llora en privado, donde nadie te ve, cuando la razón no es del todo noble o cuando el dolor es tanto que temes la reacción de los demás. Se llora en público si la felicidad es insoportable o si es imposible contener las lágrimas.

En un momento u otro, todos lloramos, y a pesar de ser algo tan humano y tan natural, las lágrimas encierran son algo misteriosas. Shakespeare escribió en Enrique VI que llorar disminuye la profundidad de las penas; la ciencia no ha terminado de aclarar la naturaleza del llanto, pero parece que el Bardo no andaba tan lejos de la verdad.

Con algo de curiosidad y tiempo pueden encontrarse estudios que confirman que las lágrimas ayudan a reducir tensiones, remueven toxinas y ayudan al cuerpo a curarse. Llorar le sirve al ser humano para mantener la salud emocional y física. Es común sentirse mejor después de llorar, sobre todo cuando el llanto es de tristeza, por que las lágrimas lavan muchos de los químicos que el cuerpo acumula en momentos de estrés emocional. La función de las lágrimas es, pues, muy similar a la del sudor o el aire que exhalamos: deshacerse de lo que podría dañar al organismo.

Ahora, no todas las lágrimas son iguales. Hay lágrimas basales, que son las que mantienen el ojo humectado, y también hay lágrimas por reflejo, que se producen cuando algo irrita el globo ocular. Los mamíferos producen ambos tipos, pero llorar, lo que se dice llorar, es un asunto exclusivamente humano.

Por ahí de 1957 se descubrió que las lágrimas causadas por una emoción fuerte son diferentes de las causadas por una basurita en el ojo. Las emocionales tienen más proteínas y beta-endorfinas, que son analgésicos producidos por el propio cuerpo. Allá en la Universidad Marquette, en Estados Unidos, un estudio mostró que la gente física y emocionalmente sana llora más y por más razones que los hombres y mujeres que sufren de enfermedades como úlceras y colitis.

Las mujeres suelen llorar más que los hombres, pero no es un asunto puramente cultural. El organismo femenino vive inundado de hormonas, entre ellas la prolactina, que está directamente relacionada tanto con la producción de leche materna como con la producción de lágrimas. Antes de que las hormonas hagan de las suyas, los niños y las niñas lloran con la misma frecuencia, pero por ahí de los 12 o 13 años, el nivel de prolactina en el cuerpo de la mujer aumenta un 60%.

Con todo y todo, lo hechos médicos y las estadísticas no cuentan la historia completa. Muchas religiones describen deidades o profetas que lloran: el verso más corto de la Biblia dice simplemente “Jesús lloró”; los budistas se refieren al jade como “lágrimas de Buda” y los incas llamaban a la plata “lágrimas de luna”.

Llorar es una de las muchas cosas que nos hace humanos y no es un signo de debilidad. Sean tus lágrimas de tristeza, de felicidad, de enojo o de lo que sea, permitirte llorar, lector, lectora, es permitirte sentir. Lo dijo mejor Dickens en Oliver Twist: llorar "abre los pulmones, lava el semblante, ejercita los ojos y suaviza el temperamento. Así que llora.”

Sobre la inspiración

Escribir, como pensar, no es fácil. El proceso mecánico de la escritura lo enseñan en la escuela, pero pocos aprenden realmente a escribir y muchos nunca aprenden a pensar. Escribir no es sólo dibujar grafías en un papel, o pulsar una serie de teclas de acuerdo con combinaciones predeterminadas por un código lingüístico para formar sintagmas y textos. Escribir es, principalmente, pensar. Puede hacerse de manera un tanto automática, como cuando hacemos una lista de compras o de cosas por hacer, pero aún en esos ejercicios tan profundamente mundanos se ve involucrada una buena dosis de pensamiento y reflexión.
La operación mental que resulta en la escritura tiene numerosos componentes que varían en función de lo que se escribe. Llenar un cheque, por ejemplo, implica pensar en números y no sólo letras, en la propia firma y, a veces, hasta balances financieros del tipo “si doy este cheque hoy y voy mañana a primera hora al banco a depositar, quizá no rebote”.

Cotidianamente escribimos emails, mensajes de celular, cartitas de amor, recados, memorandos, listas, recetas, tareas y mil cosas más. Todas ellas se escriben por un motivo que suele estar bastante claro, al menos para quien las escribe. Otras cosas, como esta que tienes en la mano, lector, lectora, se escriben por motivos que pueden resultar desconocidos al propio autor. ¿Por qué Capote escribió A sangre fría? ¿Por qué un escritor desconocido redacta una novela, sin saber si logrará verla publicada? ¿Cómo se escribe aquello que no va manchado por la obligación? ¿Cómo el novelista crea un universo y cómo lo va poblando? ¿Cómo el ensayista articula sus ideas y define sus opiniones? ¿De dónde, lector, lectora, vienen las ideas, los personajes, los lugares y los duelos?


Escribir por gusto responde a una de las necesidades básicas del ser humano: el placer. Pero quien escribe por placer aún debe encontrar ideas y palabras para expresarlas. Necesita inspiración.

Para los antiguos griegos, la inspiración era la capacidad de un poeta o artista para entrar en una especia de trance creativo: el furor poeticus, una especie de frenesí divino durante el cual la mente del artista sería habitada por los dioses y sus ideas. Para inspirarse, pues, había que llamar a las deidades, a las musas, para pedirles que con su aliento llenaran la cabeza de quien intenta crear algo. Otra idea griega planteaba que la inspiración se debía a un desequilibrio de los cuatro humores corporales. ¿Se trata, entonces, de un don que nos es entregado por los dioses, o del producto de nuestra química cerebral?

La idea moderna de inspiración es, sin embargo, más bien un producto del siglo XVIII. En plena Ilustración, John Locke creó un modelo de la mente humana que explicaba la inspiración como el resultado una serie de ideas encadenadas una a otra de forma tal que terminan por producir una nueva idea. Esta asociación de ideas sería, pues, un proceso natural aunque con cierta dosis de azar. Según el modelo lockeano, la frecuencia y magnitud con la que estas nuevas ideas se producen depende de la calidad de la mente de cada quien, aunque con algo de práctica puede desarrollarse.

Más tarde, Freud y otros psicólogos describieron la inspiración como parte de la psique del artista y especularon que podría ser resultado de conflictos psicológicos internos que no se han resuelto, de traumas de la niñez o incluso que viene directamente del subconsciente. Esta idea anidó en el movimiento surrealista y de él surgieron técnicas como la escritura automática y los cadáveres exquisitos, entre otras.

Quizá nunca quede completamente claro qué es exactamente la inspiración; lo que sí es seguro es que no es posible controlarla ni saber cuándo llegará. A las musas hay que esperarlas pacientemente.

Divinitus

Cosa curiosa, esta del cambio de año. Hace algunos días, cuando esperaba con mi familia a que llegara la media noche y con ella el 2007, pensaba sobre el significado de los calendarios y sobre la naturaleza del tiempo. Es cierto que nuestro calendario es el mismo que se usa de facto en prácticamente todo el mundo, pero ni es el más antiguo ni es el único. Los judíos tienen su propio calendario, los musulmanes también. En India y China se usan calendarios particulares. Nosotros mismos organizamos nuestros días con distintos calendarios simultáneamente; a la par del calendario gregoriano que usamos para contar los días, las semanas y los meses, también usamos el calendario fiscal y el calendario escolar, que seguramente no son los favoritos de nadie. Con tantas formas de sistematizar y registrar el paso de los días, ¿cuál es el significado real de un calendario?, ¿qué nos dicen las fechas de un calendario acerca del mundo, de nuestras vidas o del tiempo?

Cuando afirmo que hoy es viernes 5 de enero de 2007 estoy siguiendo un sistema arbitrario de medición del tiempo que asume que han pasado 2007 años desde el nacimiento del Mesías Cristiano, y ese mismo sistema recuerda a la mitología romana por partida doble, pues el mes de enero recibe su nombre del dios Jano, patrono de las puertas, los inicios y los finales, y el nombre viernes se debe a Venus, diosa del amor y la belleza. Así, cada fecha, a primera vista sencilla y cotidiana, está cargada de significados y referencias que provienen de distintas culturas.

Nombres, religiones y mitologías aparte, todos los calendarios miden el tiempo, pero lo hacen de formas distintas. El calendario chino, por ejemplo, tiene 12 meses como el nuestro, excepto en años bisiestos, cuando tiene 13; sin embargo, como se trata de un calendario lunar, cada año puede tener entre 353 y 355 días, y los años bisiestos tienen entre 383 y 385. También es notable que el calendario chino presuponga que el tiempo es de naturaleza circular del tiempo, pues mientras nosotros contamos los años de manera lineal, progresiva, el sistema chino da un nombre específico a cada año dentro de ciclo de 60 años, al cabo del cual los nombres se repiten. Esta concepción cíclica del tiempo es compartida por el budismo y el hinduismo, e importantes teorías científicas como la del espacio-tiempo cuántico coinciden con ellas. Por el contrario, las culturas de tradición judeo-cristiana entienden el tiempo de manera lineal, con un punto de inicio (la Creación) y, en el caso del cristianismo, un punto final que llegará con el regreso de Cristo. Dios, sin embargo, existe fuera del tiempo, al igual que el destino final del alma.

Segundos, minutos, horas. Días, semanas, meses. Años, décadas, siglos. Milenios. Los calendarios que seguimos reflejan la forma en que concebimos el tiempo. La ciencia explica que el tiempo es una parte fundamental de la estructura del universo, una de sus dimensiones, dentro de la cual los eventos ocurren en secuencia. De acuerdo con esta concepción del tiempo, el tiempo existe fuera de nosotros y puede medirse, igual que el volumen o el peso de los cuerpos. En contraste, existe la teoría de que el tiempo es una parte de la estructura del intelecto humano, que junto con las nociones de tiempo y número, nos permite comprender el mundo. Así, la mente humana usaría la idea de tiempo para poner en secuencia los sucesos de la vida y para cuantificar la duración e intervalos de los mismos. El tiempo, pues, no es un algo que fluye fuera de la percepción humana, sino una herramienta de nuestra mente para entender lo que nos rodea. Entonces, ¿existe el tiempo por sí mismo, y es por ello que podemos medirlo, o existe sólo dentro de la mente humana y las medidas que usamos son arbitrarias? Piénsalo, lector, lectora, la próxima vez que le arranques una hoja al calendario.

Jorge Luis y María

Uno de los momentos de mi vida que recuerdo más vivamente es la noche en que conocí a María Kodama. Fue un instante breve. En aquellos días yo trabajaba en una revista y el editor constantemente me enviaba a cubrir los eventos a los que nadie más quería ir. Uno de ellos fue la inauguración de una exposición-homenaje a Borges en un museo de la ciudad de México. Hacía ya más de 10 años que Borges nos había dejado y María Kodama, su viuda, estaba ahí en su representación. María era toda elegancia y solemnidad. Era lo más cerca que yo estaría de Borges y no pude evitar pedirle que firmara para mí el programa de la inauguración.

Dicen que detrás de todo gran hombre hay una gran mujer. Este dicho siempre me ha parecido un insulto tanto para los grandes hombres como para las grandes mujeres. Jorge Luis conoció a María cuando él ya era un autor reconocido y ella era una mujer muy joven. Pronto ella se convirtió en objeto de fascinación para él y comenzó a acompañarlo en sus viajes. Pocas semanas antes de su muerte, Jorge Luis se casó con María y le heredó todo, absolutamente todo lo que poseía, incluyendo sus manuscritos y los derechos de sus obras.

La verdadera naturaleza de la relación entre Borges y Kodama ha sido cuestionada por años. ¿Se amaban, o mejor dicho, ella lo amaba o fue simplemente una caza fortunas?, ¿está sacrificando su vida por la obra de su esposo muerto o más bien se dedica a entorpecer las investigaciones en torno a él? Algunas fuentes señalan que la relación entre Jorge Luis y María era de afecto y ternura, el último idilio en la vida del escritor. Otras, sin embargo, desconfían de ella. Adolfo Bioy-Casares, por largo tiempo amigo de Borges, no tenía a María en buena estima y la culpaba del distanciamiento entre ambos. Kodama ha dicho que mientras él vivió, el amor de Borges por ella la protegía, pero tras su muerte las consecuencias de ese mismo amor fueron terribles: se sintió hostigada y atacada.

A fin de cuentas, la única que sabe a ciencia cierta lo que sucedía entre ellos es la propia María. Cuando habla de su relación, lo hace en términos que no dejan lugar a dudas: “Ese amor que, revelado, fue pasión insaciable para colmar el sentimiento vago, indescifrable, que experimenté por usted siendo niña, cuando alguien me tradujo un poema dedicado a una mujer a la que amó años antes de que yo naciera. […] Ese amor del que fue dejando trazas a lo largo de sus libros, sin decírmelo, hasta que me lo reveló en Islandia.” Así le habla María a Jorge Luis, años después de su muerte, en ocasión de la inauguración de una exposición de pintura inspirada en las obras que él le dedicó.

En un principio, Kodama y Borges fueron discípula y maestro, María cuenta que en aquellos días ella era muy joven y hablaba con Jorge Luis con mucha libertad, espontáneamente, motivada por la admiración que sentía por él. Años después colaboraría con él en su Breve antología anglosajona, publicada por 1978, y en Atlas, publicado en 1984, que recoge algunas vivencias de los numerosos viajes que hicieron juntos por todo el mundo. "En el grato decurso de nuestra residencia en la tierra", nos dice Borges en el prólogo de Atlas, "María Kodama y yo hemos recorrido y saboreado muchas regiones, […] Descubrir lo desconocido no es una especialidad de Simbad, de Eric el Rojo o de Copérnico. No hay un solo hombre que no sea un descubridor. Empieza descubriendo lo amargo, lo salado, lo cóncavo, lo liso, lo áspero, los siete colores del arco y las veintitantas letras del alfabeto; pasa por los rostros, los mapas, los animales y los astros; concluye por la duda o por la fe y por la certidumbre casi total de su propia ignorancia."

Y así, tal vez, Jorge Luis descubrió a María, y ella lo descubrió a él.

De lo que fue y lo que vendrá

Se nos acabó el año, lector, lectora. A veces parece que cada año tiene menos días o que cada día tiene menos horas. Quién puede olvidar lo increíblemente largas que parecían las horas de escuela cuando tienes 8 o 9 años, en comparación con lo rápido que pasa el tiempo cuando se deja atrás esa edad. Habría que tener una máquina del tiempo, para revivir los buenos momentos y acelerar los tragos amargos.

Los mundos ficticios de la literatura y el cine están llenos de historias de viajes en el tiempo: en la trilogía de Volver al futuro es un coche, el DeLorean de Marty McFly, el que funciona como máquina del tiempo, y en Las excelentes aventuras de Bill y Ted es una cabina telefónica. Harry Potter y Hermione usan un giratiempo para volver al pasado unas cuantas horas, y no puedo olvidar la novela de H-G- Wells titulada muy apropiadamente La Máquina del Tiempo, cuya más reciente versión cinematográfica tiene a Guy Pierce en el papel principal.

Para hablar de viajes en el tiempo, nadie mejor que Julio Verne. Algunas de sus novelas estuvieron ubicadas en el futuro, aunque el futuro de Verne sea pasado para nosotros, como París en el siglo XX. La mayor parte de las veces, las historias del buen Jules sucedían en su presente, pero describen tecnologías y posibilidades que se hicieron posibles en el nuestro: Viaje al centro de la Tierra, De la Tierra a la Luna (y sus secuelas), Veinte mil leguas de viaje submarino.

La grandeza de Verne es evidente no sólo en sus libros, que son de esos que emocionan y atrapan, sino en la gran cantidad de películas que han surgido de ellos. Hasta nuestro Cantinflas tuvo vela en ese entierro, haciendo el papel de Passepartout (léase: Paspartú) en La vuelta al mundo en 80 días, de 1956. Es más, la vida y las obras de Verne han resultado tan exitosas que en el año 2000 el canal Sci-Fi produjo una serie de 22 episodios titulada The Secret Adventures of Jules Verne, que parte de la idea de que Verne no inventó sus historias, sino que las vivió.

Así, no sólo las grandes obras de ficción dan origen a películas, la vida de sus autores (y en general la vida de cualquiera que haga algo sobresaliente) también es fuente de adaptaciones fílmicas. Por ejemplo, el poeta cubano Reinaldo Arenas escribió su autobiografía y la tituló Antes que anochezca, y luego vino Julian Schnabel y la dio nueva vida. Esta también el caso de Walk the line, sobre la vida de Johny Cash, y las obviamente tituladas Pollock y Chaplin. Otras vidas interesantes que dieron pie a novelas y de paso a películas son Gorilas en la niebla (Diane Fossey) y Diarios de motocicleta (Ernesto ‘Che’ Guevara). Dos casos que quizá te sorprenda son los de La Novicia Rebelde y Más barato por docena, ambas escritas a partir de la vida de familias reales: los Von Trapp y los Gilbert.

La literatura y el cine tienen en común que nos permiten viajar en el tiempo, olvidarnos de lo que pasa en la vida, ahí afuera… al menos mientras tenemos el libro abierto o mientras estamos en la sala de cine. Una novela, un cuento, son buenos en la medida en que te transportan a otro tiempo o a otro lugar, y lo mismo aplica para el cine.

Se nos acabó el año, lector, lectora. Durante el 2006, mientras escribía las líneas que le dan forma a mi Espiralia, leí o releí muchos libros y vi o volví a ver otras tantas películas. El propósito de este espacio es picar la curiosidad de quien se acerca a él, acercarle a los libros que le han dado origen a un sinnúmero de imágenes visuales y auditivas. Aún quedan cientos de años, cientos de lugares por visitar, la relación entre el cine y la literatura da para cientos de charlas y tazas de café, pero en este espacio espiral va siendo hora de un cambio. Aunque los libros y las películas seguirán presentes, el año que está por empezar quiero dedicarlo a otros objetos que también son parte de nuestras vidas y que tienen historias que contar. Espero contar con tu compañía.

Apadrinada

“Creo en América, América hizo mi fortuna”. Con estas palabras, en voz de Amerigo Bonaserra, el enterrador, abre Francis Ford Coppola su famosísima trilogía El Padrino que, como todas las películas que pasan por este espacio en espiral, está basada en una serie de novelas, en este caso escritas por Mario Puzo.

A diferencia de casi todo lo demás, la popularidad o la aceptación que tendrá un libro no están determinadas por jefes de bandas criminales ni por políticos. El significado, en el sentido de aquello que el texto dice y también en cuanto a lo que representará para el público, no está en las palabras sino en la lectura que se hace de ellas. Y digo esto, lector, lectora, porque El Padrino es uno de los poquísimos casos en los que lectores, críticos e intelectuales coinciden: se trata de tres obras literarias y al mismo tiempo de tres piezas cinematográficas de gran calidad y significado.

Esta trilogía literaria/cinematográfica trata sobre la historia de los Corleone, una familia italoamericana de origen siciliano cuyo patriarca, Vito, y más tarde su hijo Michael, encabeza una de las bandas de crimen organizado más poderosas de Nueva York. Más específicamente, la trilogía es un contraste entre Vito y Michael, una revisión de los motivos y los valores que están detrás de las decisiones que le dan forma a sus vidas. Es innegable que tanto Vito como Michael son héroes que a fin de cuentas obtienen lo que quieren (fama, poder, dinero). Y eso, como ha explicado Noam Chomsky en más de un lugar, contribuye a propagar la idea de que rebelarse contra la autoridad y las reglas termina por ser redituable. El crimen sí paga, nos dicen El Padrino y Los Soprano, los corridos de narcos y las historias de piratas.

El Padrino, como sus películas y novelas contemporáneas (Naranja Mecánica, por ejemplo) retrata una sociedad excesivamente violenta que ha perdido sus valores morales. El “negocio familiar” de los Corleone funciona como metáfora del capitalismo descarnado que imperaba (impera) en Estados Unidos, y la historia de Michael es en cierta forma la historia de ese país: una nación que su obsesión por la supremacía ha dejado en el camino los valores que le dieron origen y ha decidido que el fin justifica los medios. Y si no, pregúntenle a Bush.

La nación estadounidense fue fundada sobre valores como la igualdad, la libertad de expresión y los derechos humanos. En su afán enfermizo por protegerlos y extenderlos, los han pisoteado. Los Corleone, como metáfora del capitalismo, funcionan como advertencia no de los peligros que lleva consigo el capitalismo sino de los peligros a los que el capitalismo se enfrenta.

Vito Corleone construye un imperio con asesinatos y abusos; sacrifica su salud y pierde a uno de sus hijos para lograrlo, pero a fin de cuentas su vida es la de un hombre exitoso y muere de viejo, jugando con uno de sus nietos. Michael Corleone construye un imperio con asesinatos y abusos; sacrifica a su familia, a sus amigos, y muere sin más compañía que un perro. La diferencia está en que Michael traiciona a su familia, lo único verdaderamente sagrado, y por eso es castigado con el abandono y la soledad. No por sus crímenes, sino por traicionar a su familia.

El Padrino es, pues, no una crítica del sistema capitalista sino de la perdida de valores que amenazan su existencia. El Padrino, en papel y en celuloide, muestra a la familia como la única y verdadera razón para hacer las cosas, ya sea trabajar o asesinar. La familia es la base de la sociedad capitalista, es un instrumento para transmitir ideologías y riqueza, y es lo que permite la estabilidad social y la permanencia de las ideologías dominantes.

De espías

Para MJR

Hace unos días murió, en circunstancias poco claras, el ex - espía ruso Alexander Litvinenko. Estaba involucrado en la investigación del asesinato de la periodista rusa Anna Politkovskaya, quien, como él, era una fuerte crítica del actual presidente ruso, Vladimir Putin. Antes de ser llevado al hospital donde habría de morir, Litvinenko denunció haber sido envenado y sus amigos aseguran que agentes del gobierno de Putin son los responsables. Mientras tanto, los médicos encontraron trazas de un elemento radioactivo en su cuerpo, el Kremlin y la policía secreta juran que ellos no tienen nada que ver, Putin dice que lo dejen en paz, Scotland Yard está investigando (pues Litvinenko murió en Londres) y ya se armó un borlote. Si no lo estuviera leyendo en el periódico, pensaría que se trata de una buena novela de espionaje o quizá de la reseña de una película.

Dice la Real Academia Española que un espía es alguien “al servicio de una potencia extranjera para averiguar informaciones secretas, generalmente de carácter militar”. Esta escueta definición olvida mencionar la emoción, la intriga, las estrategias y todo lo demás que se asocia, desde siempre, con los espías. Ese aire de misterio y aventura no le corresponde, sin embargo, a los agentes secretos de carne y hueso, que en general tratan de pasar desapercibidos y cuyas hazañas nunca llegan a hacerse públicas. Por el contrario, son los espías de papel o celuloide los que se quedan con la chica, los que tienen vidas llenas de peligro aunque no por ello faltas de glamour y lujo, los que conducen los autos deportivos y los que tienen todos los adelantos tecnológicos a su disposición.

En el caso del mundo del espionaje, los ejemplos de literatura convertida en cine son numerosísimos: la novela Los treinta y nueve escalones de John Buchan ha sido adaptada al cine varias veces, una de ellas por el mismísimo Alfred Hitchcock; la serie de Robert Ludlum compuesta por The Bourne Identity, The Bourne Supremacy y The Bourne Ultimatum originó una trilogía protagonizada por Matt Damon, cuya última parte está programada para estrenarse en 2007. Están también las novelas de Tom Clancy, como Patriot Games, Clear and Present Danger o The Sum of All Fears. Y claro, hay que mencionar a John Le Carré, autor de The Constant Gardener, dirigida por Fernando Meirelles en su versión cinematográfica y The Tailor of Panama, que en el cine fue protagonizada por Pierce Brosnan.

Y claro, no puedo hablar de literatura de espionaje sin mencionar a Bond. James Bond. Las doce novelas en las que aparece el agente 007 se deben a la imaginación del escritor inglés Ian Fleming; quién sabe que habría sido de la ficción de espías sin él. En una de esas ironías de la vida, los libros de Fleming viven hoy a la sombra de la gran cantidad de películas que se han hecho a partir de ellos. El cine ha llevado las historias de Fleming a todo el mundo, pero al mismo tiempo ha robado a sus personajes su complejidad y estilo.

Fleming estaba destinado a escribir novelas de espías. La vida lo empujó a eso: en 1939, al comienzo de la Segunda Guerra Mundial, entró al departamento de inteligencia de la marina inglesa y llegó a ser comandante. Como parte de su trabajo de inteligencia, Fleming diseño planes de espionaje y defensa naval tan extravagantes como reclutar ocultistas para engañar espías extranjeros y después capturarlos. También contribuyó a la creación de cuerpos policíacos secretos y al entrenamiento de espías.

Hay quien dice que el personaje James Bond está inspirado en un doble agente serbio con fama de casanova llamado Dušan Popov que trabajó para Alemania y el Reino Unido durante la Segunda Guerra Mundial. Otros piensan que Bond es más bien una versión literaria de Fleming, que gustaba de conquistar a cuanta mujer se le presentara y llevó una vida de lujos y glamour gracias a las ganancias de sus libros y adaptaciones al cine. Esta teoría es mucho más plausible, sobre todo porque Bond y Fleming comparten muchas cosas: ambos disfrutan fumar y beber y definitivamente no lo hacen con moderación (dicen que Fleming fumaba 70 cigarros y se bebía una botella de ginebra todos los días), los dos tuvieron una educación y carreras militares similares, y hasta tienen el mismo color de ojos.

La primera novela de Fleming, Casino Royale, apareció en 1953 y la última, Octopussy and the Living Daylights en 1966, aunque esta es en realidad una colección de historias cortas. Todas las aventuras de Bond escritas por Fleming han sido llevadas al cine, e incluso hay algunas que no son adaptaciones de las novelas originales, como Die another day. Hasta 2006 pueden contarse 21 películas sobre el personaje de Fleming, y una más ha sido anunciada para el año siguiente.

La muerte de Litivenko en Londres coincide con el estreno en el Reino Unido de la nueva versión de Casino Royale, la primera aventura de Bond. La realidad y la ficción son cada vez más difíciles de separar.

Flautas de Pan

Caminando por la ciudad de Londres uno puede encontrarse con una escultura que a primera vista parece ser un tronco hueco de cuyas hendiduras salen conejos, ratones, ardillas y varios niños que tratan de escalarlo. Sobre esta especie de pedestal de bronce se encuentra un niño que toca una flauta de Pan, con aspecto sonriente y triunfante. Si un día, lector, lectora, te encuentras con esta escultura, sabrás que estás en los Jardines de Kensington y que la escultura que está frente a ti representa la figura imaginaria, mítica, de Peter Pan.

El niño de la escultura es el protagonista de una obra de teatro convertida en novela que, aunque es considerada por muchos como un libro infantil, trata de temas que resuenan mejor en la mente adulta que la de la mayoría de los niños. A la gran historia de sir James Matthew Barrie le pasa lo mismo que a las novelas de su amigo Robert Louis Stevenson o a las de Lewis Caroll: han quedado catalogadas como obras para niños, aunque en realidad van mucho más allá de lo que dicha calificación podría sugerir.

¿De dónde surgen la historia y el personaje de Peter Pan? Si viste la película Finding Neverland, con Johnny Depp y Kate Winslet, quizá tengas algunas pistas sobre la respuesta. Resulta que Barrie tenía un perro enorme (como la perra Nana que aparece en la historia) al que solía llevar a pasear a los jardines de Kensington. Un día de 1898, Barrie y su perro conocieron a un par de niños, George y Jack Llewellyn Davies, que estaban en el parque con su niñera. A los niños les cayó bien Barrie y a Barrie le cayeron bien los niños, que resultaron tener otros tres hermanos: Arthur, Peter y Nico, y constantemente se encontraban en el parque para jugar.

Aunque Michael Jackson (que, por cierto, tomó el nombre de su rancho Neverland de la novela de Barrie, y que en alguna ocasión aseguró que él mismo es Peter Pan) y figuras similares nos hayan condicionado a sospechar de las relaciones entre adultos y niños, la verdad es que las cosas entre Barrie y los hermanos Lewellyn Davies siempre fueron completamente inocentes. Así lo dijeron los niños cuando crecieron y así lo indican las cartas y diarios de Barrie. De la relación con esos niños surgieron muchos de los relatos de Barrie; el personaje de Peter Pan en particular es una amalgama de los cinco hermanos y sus aventuras son al mismo tiempo ecos de los juegos e inspiración para los mismos.

La historia de Peter Pan transcurre entre Londres y la Tierra de Nunca Jamás. Peter conoce a Wendy y sus hermanos en Londres, y los lleva a Nunca Jamás para que vivan con él. Wendy se convierte en madre y compañera no sólo para Peter sino para su pandilla, los Niños Perdidos, que se llaman así por que se trata de los niños que se pierden en los jardines de Kensington. El grupo de Peter se ve completado por el hada Campanita, que está ligeramente enamorada de Peter y tiene unos celos terribles de Wendy. Y como ninguna historia de aventuras está completa sin enemigos, Barrie creó una banda de piratas encabezada por el Capitán Garfio.

Aunque Barrie quizá no estaría de acuerdo, en las aventuras y personalidades de Peter y el resto de los protagonistas es posible leer cientos de cosas. Por ejemplo, el Capitán Garfio y Peter Pan se parecen más de lo que ellos quisieran, en tanto que ambos se la pasan huyendo del tiempo; Peter al negarse a crecer y Garfio en su eterna lucha con el cocodrilo que se ha tragado un reloj y lo persigue con su eterno tic-tac. Los personajes femeninos, en particular Wendy y Campanita, también tienen mucho que decir. Campanita es toda sensualidad y amor, una mezcla cuya magia sólo funciona antes de que uno se convierta en adulto. Wendy, en cambio, es más madura: es ella quien le devuelve su sombra (¡vaya arquetipo!) a Peter Pan y en muchos sentidos le ayuda a crecer. Para muestra de los numerosos niveles en que está escrito Peter Pan sobran botones.

Como bien dice la fabulosa Wikipedia, la primera vez que Peter Pan apareció públicamente fue en 1902 en un libro llamado El pajarito blanco, mismo que luego fue utilizado en la famosísima obra teatral Peter Pan o el niño que no quería crecer, estrenada en Londres en 1904. En 1906, se publicó Peter Pan en los jardines Kensington y 1911 Barrie adaptó su obra teatral a la novela que hoy conocemos simplemente como Peter Pan, aunque su nombre original es Peter y Wendy.

Ya casi nadie lee el texto original, a la prosa de Barrie no le ha sentado bien el tiempo y la novela se siente profundamente anticuada y llena de diálogos y situaciones con los que no es fácil identificarse. Con todo, la historia de Peter Pan es aún muy conocida gracias a sus innumerables adaptaciones al teatro (monopolizadas en México por ese extraño personaje que es Fred Roldán), al cine y a la televisión. La versión más conocida es seguramente la de Disney, de 1953, aunque la primera adaptación al cine se hizo en 1924 y en 1976 la mismísima Mia Farrow hizo el papel de Peter en un musical para televisión. En el 2003 se hizo una nueva adaptación cinematográfica bastante más “adulta”, sin canciones ni caricaturas. Fue dirigida por P.J. Hogan y en mi opinión tiene al mejor Capitán Garfio (Jason Isaacs, que más recientemente dio vida a Lucius Malfoy en la saga de Harry Potter) y definitivamente a la Campanita más sexy (la francesa Ludivine Sagnier).

También hay muchos ejemplos de la influencia de Peter Pan en la cultura popular. En 1987 un jovencísimo Kiefer Sutherland apareció en Los Muchachos Perdidos, cuyo título y vampiros eternamente adolescentes recuerdan a los niños perdidos de Peter Pan. Otro caso es el de Lost Girls, una novela gráfica del genial Alan Moore (creador de V for Vendetta, From Hell y The League of Extraordinary Gentlemen) que describe con bastante detalle las aventuras sexuales de tres mujeres que tuvieron una infancia fuera de lo común: Dorothy, de El Mago de Oz, Alicia, de Alicia en el País de las Maravillas, y Wendy, de Peter Pan. Y nomás por no dejar, hay que mencionar la espantosísima Hook, que a pesar de tener un elenco más o menos decente (Robin Williams, Julia Roberts, Dustin Hoffman) es una película terrible que, en teoría, es una secuela de la historia original.

El asunto es que Barrie, tal vez sin proponérselo, logró algo que normalmente tarda siglos en suceder: creó un mito. O quizá el mito ya estaba ahí, flotando en nuestro inconsciente colectivo, y Barrie simplemente contribuyó a materializarlo.

Robótica

Hace poco me vino a la mente aquello de que la realidad supera a la ficción. Aunque esto suele ser cierto, puesto que la vida real a menudo es mucho más extraña que lo que se le puede ocurrir a un escritor cualquiera, hay quienes conocen los pasajes secretos entre la realidad y la ficción y se mueven con soltura de una a otra.

En la cuestión de los robots, por ejemplo, la literatura le lleva varios siglos de ventaja a la tenología; y no sólo eso, a menudo parece que la realidad ha tomado a la ficción como modelo. El primer robot se construyó en 1961, y a esas alturas ya existían Talos, el gigante de bronce de La Iliada de Homero, y la mujer hecha de oro de la épica finlandesa, el Kalevala. Más contemporáneo es el hombre artificial, de arcilla, de la leyenda del Golem, que aparece en el Talmúd (siglo XVI) y luego en el famoso cuento del gran Borges, y en el siglo XIX encontramos al humanoide de Frankenstein.

Aunque todos esos personajes comparten la artificialidad, los robots propiamente dichos aparecen por primera vez en la literatura hacia 1920. Para ser precisa, lo que aparece en 1920 es el término 'robot', que fue inventado por el escritor checo Karel Čapek (o por su hermano, depende a quién le creas tu, lector, lectora) en su obra de teatro El Robot Universal de Rossum.

Entre el extenso grupo de robots ficticios que pueblan la literatura (y de ahí las artes visuales como el cine) podemos contar a la empleada doméstica robótica de Ricky Ricón (historieta primero y serie animada después) o a Robotina, su equivalente en Los Supersónico. Están también los androides creados mediante ingeniería genética en ¿Sueñan los androides con ovejas electricas? de Philip K. Dick que sería la fuente de inspiración para Blade Runner, o las perfectamente bellas y robóticas esposas de Ira levin en The Stepford Wives, cuya versión cinematográfica fue protagonizada por Nicole Kidman. Ah, y claro, Marvin el Androide Paranoide de The Hitchhiker's Guide to the Galaxy que, como ya dije en alguna otra Espiralia, empezó en el radio, migró a la literatura, a la televisión y acabó en el cine hace poco, donde la voz de Marvin fue provista por Alan Rickman.

Los robots literarios son numerosísimos, pero sin duda la referencia obligada en el tema es Asimov, quien no sólo escribió algunos de los relatos más interesantes sobre la (posible) relación entre los robots y el ser humano, sino que fundó toda una ética para robots con la creación de sus tres leyes de la robótica, que se prestan para numerosas relfexiones, discusiones y similares.

Muchas de las historias de Isaas Asimov sobre robots fueron recogidas en la colección Yo, Robot, publicada en 1950. Uno de los relatos contenido en esa recopilación es The Bicentennial Man, el Hombre Bicentenario, que fue llevada al cine en 1999 con Robin Williams en el papel principal. Aquí vale la pena aclarar que, contra lo que podría pensarse, la perlícula I, Robot en la que aparece Will Smith no está basada directamente en ningún relato de Asimov, aunque sí incorpora algunas de sus ideas, en particular las leyes de la robótica.

Y esas leyes asimovianas son, como todas las leyes que valen la pena, profundamente sencillas en su forma pero increíblemente complejas en el fondo:

  1. Un robot no puede hacer daño a un ser humano o, por inacción, permitir que un ser humano sufra daño.
  2. Un robot debe obedecer las órdenes dadas por los seres humanos, excepto si estas órdenes entrasen en conflicto con la Primera Ley.
  3. Un robot debe proteger su propia existencia en la medida en que esta protección no entre en conflicto con la Primera o la Segunda Ley.

Estas premisas aparecen de una u otra forma en todos los relatos robóticos de Asimov, pero no como principios que serán invariablemente respetados por androides o cualquier otra máquina. Por el contrario, Asimov dedica la mayoría de sus historias a explorar la manera en la que las leyes podrían ser ignoradas o mal interpretadas, y la forma en que afectan la relación hombre-máquina.

Una de las cosas más interesantes acerca de estas leyes es la gran influencia que han tenido en quienes se dedican a diseñar y construir robots reales. Muchos de quienes trabajan en el campo de la inteligencia artificial consideran que sólo cuando una máquina entienda las tres leyes puede ser considerada inteligente. Lo malo es que la mayoría del dinero que se aplica a la investigación de la robótica y la inteligencia artificial es aportado por la industria miliar o por compañías privadas que buscan su propio provecho y están muy poco interesados en cosas como el bien común.

Asimov contribuyó en gran medida a desterrar el mito del robot-monstruo, del hombre artificial que terminaría por rebelarse y dominar a la humanidad, aunque en el camino sembró las semillas de numerosos problemas éticos que si bien hoy por hoy son sólo ficción, con el tiempo podrían convertirse en nuestra realidad.