El Código Da Vinci, tanto el libro como la película, se ha convertido en un fenómeno, en un evento mediático. Una novela que, aunque bien escrita y de gran éxito en ventas, difícilmente será un clásico de la literatura universal, y que además copia casi letra por letra el argumento de la novela anterior de su autor, amenaza con erigirse como el blockbuster del verano. Ni Misión Imposible III, que se estrenó hace unos días, ni X Men III, por estrenarse a fin de mes, han recibido tanta publicidad, y no se ve ninguna otra película cuya magnitud global pudiera desbancar al tal Código
México no es un país de lectores y aunque el Código, fue un éxito en ventas, no tuvo ni de lejos la difusión o el impacto que tuvo en Estados Unidos. Mientras escribo estas líneas aún faltan varios días para el estreno de la película. ¿Cómo crear anticipación, emoción y ganas de ver una película cuando casi 40 millones de personas ya saben de qué se trata? Y no hablo de piratería. 40 millones de personas compraron (y presumiblemente leyeron) El Código DaVinci en todo el mundo. ¿Por qué irían a ver la película ahora? Seguramente lo mismo se preguntaron los encargados de la maquinaria publicitaria que rodea al filme, y una de sus estrategias más obvias ha sido mantener la película presente en todas las mentes. Además se eligieron actores taquilleros (ni falta hace mencionarlos), un director bien conocido y se busco publicitar cada paso de la producción, desde las locaciones que les fueron negadas hasta la cantidad que les cobraron las que sí se prestaron al juego. Y mientras más cerca está el estreno, la cosa es más intensa. Las cadenas de salas cinematográficas y la distribuidora del filme patrocinan juegos y concursos para atraer al público, y constantemente hay noticias de lugares en los que la gente exige que no se exhiba; la Iglesia se ha convertido, a fuerza de boicotear la película y negar el contenido de la novela, en su mejor publicidad.
Al mismo tiempo, canales de televisión y sitios de Internet se desviven por “revelar el código”, y eso contribuye (en mi opinión) a perpetuar la creencia popular (o mantener la ignorancia) que ha llevado a muchos a pensar que el argumento de El Código está basado en hechos ciertos. Y no, no es así. Se trata de una novela divertida e inofensiva mientras uno recuerde que es pura ficción y está tan cerca de develar misterios ancestrales sobre la fundación del cristianismo como Calderón de tener las manos limpias (léase: muuuuy lejos).
A la confusión contribuye el propio autor: En una nota al principio del libro Dan Brown, declara que "todas las descripciones de arte, arquitectura, documentos y rituales secretos en esta novela son fidedignas". Esa aclaración sienta el tono de la novela: lo que estoy leyendo está basado en la realidad. Y sin embargo, Brown comete errores, inventa cosas, las tergiversa, por toda la novela. La pretensión de erudición del autor se desmorona tan pronto uno consulta sus fuentes: nada de libros serios, sólo paraciencias, esoterismos y conspiraciones.
Pero es sólo una novela, es ficción y como tal no tiene que respetar la verdad histórica. Es cierto, pero entonces Brown podría haberse ahorrado la nota aclaratoria que provoca que el lector asuma que al menos parte de la información que maneja El Código es verdadera. Curiosamente a partir de la sexta reimpresión, la página de Información histórica ha desaparecido de muchas de las traducciones de la novela, aunque permanece en la edición inglesa.
No me detengo en la trama porque puedes encontrar los detalles en cualquier parte de la Internet y además no quiero arruinarte la novela o la película si es que decides enterarte del contenido de primera mano.
No pienses, querido lector, que no me gustó El Código DaVinci. Leí la novela poco después de su publicación en español y me pareció de lo más entretenida. Luego la regalé, porque no suelo guardar los libros que sé que no voy a leer de nuevo. Quizá no vea la película… después de todo, ya sé de qué se trata.